lunes, 28 de septiembre de 2009

La Cumbre de Pittsburg: un experimento en las relaciones del poder internacional.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Durante la semana que pasó, la ciudad de Pittsburgh albergó la Cumbre de Jefes de Estados de países, que conforman el G.20, el principal foro de la cooperación económica mundial, autodenominado así por las naciones más poderosas, esta vez acompañadas de once países con “economías emergentes”, entre las que cabe destacar aquí a Argentina, Brasil y México, en representación de América Latina.

El grupo de naciones del G-8 se transformó ahora en G-20, a petición del Presidente Barack Obama, sustentado en su enfoque multilateralista, ya que el primer esquema era visualizado como una asociación antidemocrática, la cual tomaba decisiones a “puertas cerradas”.

Las negociaciones hacia la reforma del sistema financiero concentraron la atención de los Jefes de Estado, de suerte tal que el acuerdo medular de la Cumbre consigna la tarea, que se impone dicho Grupo, de convertirse en el contralor de la economía internacional, a causa de la negativa experiencia de los excesos del sector bancario que, al carecer de regulación, consiguió desestabilizar la economía global.

El compromiso de fortalecer las bases del crecimiento sostenido, venido a menos quince meses atrás, resalta entre los acuerdos relevantes del G-20, así como la voluntad de resolución demostrada por dichos líderes alrededor de las debilidades que condujeron a la presente recesión.

Sin embargo, al ser escuchado ese pronunciamiento a favor del crecimiento continuo, hay que hacer mención de las preocupaciones del economista y Premio Nobel, Joseph Stiglitz, quien confirma el paralelismo existente entre el crecimiento de la producción y la sobreexplotación de los recursos naturales, lo mismo que la degradación del medio ambiente, en especial los efectos perniciosos sobre el cambio climático.

Así entonces y por más buenas intenciones de respaldar la reunión de Copenhague en diciembre de este año, en la que será abordado el asunto (lleno de desacuerdos) de la reducción de nuevas metas de disminución de emisiones contaminantes, habrá de ponerse en tela de juicio que la reactivación productiva (el incremento del PIB de los países), por iniciativa de dicho grupo, sea sinónimo de sostenibilidad y bienestar, o bien, que la recuperación traiga consigo la reducción de las disparidades y las desigualdades entre las grandes y las pequeñas economías.

Ninguna simpatía debería de originar que el G-20 se constituya “en el consejo de administración de la economía mundial”, dado que una buena parte de los miembros, que conforma dicho club selectivo, ostenta modestas estadísticas en cuanto a desempeño macroeconómico, al igual que varios de ellos han insuflado las tensiones políticas regionales, ya sea porque ponen por encima sus intereses estratégicos, intensificando la carrera armamentista en diferentes escenarios de conflicto.

A decir verdad, la responsabilidad de la crisis financiera ha descansado en las economías poderosas, entre ellas, los Estados Unidos de América, Canadá y la propia Europa. En cambio, casi la mayoría de los países en desarrollo hubieron de alcanzar un mejoramiento de sus cuentas nacionales por presiones del Fondo Monetario Internacional (FMI).

La cooperación entre el Norte y el Sur, como lo proclama el G-77 (compuesto por países del Tercer Mundo) seguirá siendo materia endeble en el caso de las declaraciones diplomáticas, originadas en el seno de las potencias globales. Es decir, esta asignatura está distante del orden de prioridades de las naciones altamente industrializadas; de la cual las naciones con economías emergentes parecieran que se han desentendido también.

Las ambiciones de estas últimas se perfilan más que todo a entronizarse, de modo activo, en los centros de las decisiones globales, construyendo con las grandes potencias un “condominio del poder”, lo que les facilitará la defensa de sus propios objetivos políticos, económicos y militares. Específicamente, uno de ellos fue ya cumplido, de manera parcial, en la Cumbre de Pittsburgh, dado que en el reparto de los votos, el G-20 se apresta a proponer en Estambul un traspaso de al menos un 5% de los votos del FMI a los países emergentes.

No es de extrañar que en repetidas oportunidades las visiones de las nuevas potencias riñan con las de las economías débiles, incluso con las de Estados nacionales de renta media. El mejor ejemplo de lo que acaba de citarse, viene a serlo el MERCOSUR, que, entre otros aspectos, ha puesto de manifiesto las fuertes contradicciones entre el Brasil y Paraguay, a causa del mercado hidroeléctrico, como también las de Argentina y el Uruguay, a raíz de la construcción de industrias fronterizas de celulosa.

Asimismo, en lo que respecta al rezago energético que manifiestan tener una mayoría de sus probables (ex) socios del Sur, bien se puede afirmar que son casi a cuentagotas los planes cooperativos dentro del esquema Sur - Sur, promovidos por las potencias emergentes, a pesar de sus grandes reservas de recursos fósiles, además de los conocimientos tecnológicos, poseídos en este sector crucial de la economía internacional.

De allí, como lo subraya el chileno Luis Maira, de lo indispensable que es desarrollar eficientes políticas exteriores en los segmentos social, energético, agrícola, medio ambiental, etcétera, a fin de evitar que las economías pequeñas se transformen en “Estados clientes” (A.W. Singham, 1992) de ese condominio, que, en adelante, pudiera ser que modifique la estructura del poder político y económico mundiales.

lunes, 21 de septiembre de 2009

"Señales de esperanza" en las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos de América.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

La crisis de los misiles a comienzos de la década de 1960, cuyo epicentro fue Cuba, reveló la madurez de los Estados Unidos de América y de la desaparecida Unión Soviética, quienes hicieron todo lo posible por evitar una verdadera hecatombe nuclear. A partir de aquí florecieron negociaciones entre los dos gigantes, concentrados en la sobrevivencia del planeta y de la especie humana, hasta avanzar a la siguiente etapa del apaciguamiento y la distensión, en la cual se apuntó con especial preocupación la carrera armamentista y la proliferación de las armas atómicas.


El monopolio de la fuerza de las armas de destrucción total debía quedar en manos sensatas. En medio de la Guerra Fría, Washington y Moscú hicieron esfuerzos por difundir una cultura de paz, la cual caló por todo el orbe. El beneficio agregado a ello tuvo como significado que la sociedad civil rusa evitara desarraigarse de la ética de la civilización occidental. Ni la persecución por parte del dogmatismo, tampoco los Gulag de la Siberia pudieron borrarlos. Eso era imposible, pues sobre la base de ellos descansaron los innumerables aportes a la humanidad, ofrendados por
la “Gran Madre Rusia”.

La doctrina del perfil poco visible aminoró el peligro de la guerra absoluta; la crisis de los misiles fue una pesadilla. Por eso, estuvo lejos en las mentes de los líderes americanos y rusos la repetición de una circunstancia de alta tensión, con todo y las guerras anticolonialistas en el África, la guerrilla latinoamericana, el panarabismo en el Medio Oriente, los movimientos de liberación nacional en el Asia, particularmente en Indochina, las cuales eran secundadas por los juegos de poder de ambas superpotencias y sus virtuales ingredientes : los intereses ideológicos (el capitalismo versus el comunismo) y estratégico militares (la OTAN y el Pacto de Varsovia), de naturaleza expansionista.

El multilateralismo recobró relevancia, la Organización de las Naciones Unidas llevó a cabo un despliegue intenso en tal dirección. Sin embargo, el unilateralismo, traducido en la iniciativa de defensa estratégica (Guerra de las Galaxias) de los Estados Unidos de América, impulsado por Ronald Reagan en la década de 1980, puso fin al poder hegemónico de la Unión Soviética en Europa del Este, cuyo proyecto de “planificación centralizada de la economía” venía desplomándose a causa de la voluminosa burocracia, el despilfarro, la ineficiencia tecnológica, como también por el alto costo y riesgo inherentes y elevados de financiar sus satélites europeos, incluso la propia Cuba. En ese entonces, la perestroika y el glásnot revelaron su impotencia en evitar la caída libre del imperio comunista.

1989 como punto culminante y los acontecimientos de los años que siguieron, terminaron de quitarle el velo del engaño al totalitarismo comunista ateo; ya el diplomático estadounidense George Kennan décadas atrás había pronosticado el colapso del aparato soviético, al que le fue insoportable mantener el ritmo que lo acercara a la velocidad que implantó Reagan en los programas de defensa e innovación científica. El riesgo de la guerra nuclear perdió mucho más vigor, a raíz de la extinción del sistema comunista internacional. El resultado final de esta historia lo dictó el triunfo del capitalismo y de los valores de la democracia liberal, que acabaron de vulnerar las naciones de la Cortina de Hierro y lo hará en cualquier oportunidad con los regímenes represivos de la China Popular, Corea del Norte y Cuba, aunque esto llevará algún tiempo todavía.

Con el arribo de Vladimir Putin a Rusia se suscitaron unas cuantas réplicas de la Guerra Fría, que se suponía superada totalmente, particularmente ante la cuestión de los escudos antimisiles. Esta vez bajo la sombra de la amenaza del Irán y su programa nuclear subimperialista, que al desvelar a la Casa Blanca, puso en alerta al presidente George W. Bush, quien se decidió en su momento a fijar radares e interceptores de misiles balísticos de largo alcance en Checa y Polonia.

Tajante ha sido la oposición rusa frente a dicho programa, el cual originó serios desacuerdos con Bush, al punto que el Kremlin declaró su disposición de emplazar un proyecto de igual magnitud en su territorio, porque valoró siempre el proyecto antibalístico estadounidense, como una grave provocación de la OTAN, en tanto que, al concretarlo, utilizaría a ex aliados soviéticos (hoy inamistosos), situados cerca de sus fronteras.

Realmente se desconocía si estaba presupuestado que el Presidente Barack Obama determinara abandonar, tan pronto, el proyecto estadounidense de implantar el escudo antimisiles en Europa Central, incluido el cambio de enfoque en torno al Irán, a quien se le ha minimizado como “peligro inmediato”, tal como consta en las versiones difundidas el pasado fin de semana.

Mientras hubo de ser candidato, los pronunciamientos de Obama fueron difusos frente a dicho programa de seguridad defensiva. Lo cierto es que el Presidente dio un paso que ha originado alivio y satisfacción en Europa y en la propia OTAN, la que se dispone a recuperar ahora los mecanismos cooperativos con Moscú, los cuales han venido a menos, sobre todo por el malestar que generó la invasión de Rusia contra Georgia en el Cáucaso.

Vistas así las cosas, esta última réplica de la Guerra Fría, o sea los escudos defensivos, tiende a desaparecer del mapa internacional. Asimismo, Rusia echará marcha atrás con su proyecto antibalístico. Por lo tanto, sería preferible que el conflicto de Georgia, en cuenta las separaciones de su territorio de Abjasia y Osetia del Sur, posean en adelante una baja intensidad por su carácter marginal, al igual que la desatención de las rabietas de Checa y Polonia, las que rechazan el giro radical positivo del Presidente Obama alrededor de los escudos.

El uso de la fórmula del costo-beneficio es bastante clave en la valoración y el control de las fuentes de riesgo de la política internacional. En razón de esto último, lo que prosigue tiene que ver con el fortalecimiento de la confianza, con miras a facilitar las coordinaciones y cooperaciones entre Rusia y la OTAN, en las misiones de enfrentar el terrorismo y el tráfico de narcóticos, ambos sembrados en Afganistán, lo mismo que la proliferación de las armas de destrucción masiva, entre ellas las armas químicas y biológicas. Y de haber conclusiones exitosas, los beneficios habrán de alcanzar a toda la sociedad internacional, sin importar los sacrificios.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Suramérica: con rumbo equivocado

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Las naciones suramericanas han puesto en evidencia su desánimo frente a sus propios esquemas de integración regional, ya que en esta década la constante son los desacuerdos internos en los distintos renglones. Estos se exteriorizan en las relaciones económicas y comerciales, en los diferendos limítrofes y las visiones disímiles de cada gobierno, en lo corresponde a mitigar la producción y el tráfico de drogas, al igual que en el modo de enfrentar la criminalidad transnacional.

Las pruebas salen sobrando, a saber, lo publicado por diversas fuentes noticiosas, acerca de los movimientos diplomáticos hechos de manera independiente por el Brasil, Venezuela y Chile, destinados a ir construyendo “sociedades obligatorias” con potencias extrarregionales, en las cuales se pone mayor énfasis en la aprobación de alianzas militares y las compras de armamentos, representando ello la última “invención y generación” de mecanismos cooperativos de carácter internacional fijados por los diez países suramericanos.

El riesgo que entraña tal comportamiento de política exterior consiste en “la peligrosa carrera armamentista” (La Nación, 13-lX-09) resultante, en parte, de dichas vinculaciones extracontinentales. Las nuevas asociaciones, basadas en este tipo de acuerdos militares, exponen la combinación de sistemas políticos que en teoría se contradicen entre sí, lo que se suponía eran escasamente predecibles años atrás.

Francia, dirigida hoy por el gobierno de derecha de Nicolás Sarkozi, ha puesto su olfato a trabajar, por eso ha hecho cálculos minuciosos, a fin de ocupar un lugar en los malabares de la política suramericana. Tampoco es de extrañar esta ofensiva, dado que la antecede su tradicional e inigualable política extranjera zigzagueante.

Tanto fue así que en tiempos de Felipe Petain se humilló, aliándose con el fascismo hitleriano, luego en la reconstrucción apostó por la ayuda de posguerra del Plan Marshall estadounidense; sin importarle luego golpear duramente a Argelia y el Vietcong; en medio de la Guerra Fría condescendió con el imperialismo soviético, ya que era una forma de aliviar su frustración (imborrable) ante la pérdida de poder de su liderazgo en Europa, a causa de la influencia de los Estados Unidos de América en el viejo continente, la que los franceses siempre han tratado de aplacar en América Latina y en otros rincones del planeta.

Ni más ni menos que París ha hecho “una excelente lectura” acerca del nacionalismo militar brasileño y de las tendencias políticas antiestadounidenses que corren en el sur del hemisferio, al concretar con ese gigante ofertas de ventas de submarinos propulsados con energía nuclear, adicionadas a transacciones de cazabombarderos, todas por un valor de $12.000 millones. El monto supera en “tres veces el costo de la cooperación del Plan Colombia”, patrocinado por Washington.

En consecuencia, el izquierdista presidente Luis Ignacio Lula da Silva pretende montar una industria bélica propia a partir “del know how” francés” (Darío Pignotti, 2009). Lo cual ha puesto a la defensiva a su rival la Argentina, que se muestra impotente en igualar los objetivos estratégicos de su vecino, en vista de que arrastra una economía bien debilitada. En cambio, Lula sigue hechizado en proteger con maquinaria de guerra los hallazgos de las reservas petroleras submarinas del océano Atlántico, como también en preservar la gran masa selvática de la Amazonia, que dicho sea de paso la han dañado sus propios compatriotas.

Dentro de los cálculos de Lula yace la expectativa de que su país llegará a contar con la mayor reserva de uranio del planeta, lo que incentiva el “imaginario” nacionalista, obsesionándose en que su país podría sentarse en un escaño permanente del Consejo Permanente de la Organización de las Naciones Unidas, a pesar de apartarse, con frecuencia, de sus antecedentes revolucionarios de ocuparse exclusivamente en cómo superar el flagelo de la monumental pobreza que desafía a su gobierno.

Máximo ahora, el mandatario brasileño sigue alucinando, por cuanto en la última visita oficial, Sarkozi le anunció el respaldo de su gobierno en torno al objetivo de transformar al Brasil en potencia global, contribuyendo a convertirlo en miembro permanente del máximo órgano de la Organización.

Por su parte, las empresas francesas, respaldadas por Sarkozi, construirán una central nuclear en Río Janeiro. Aunque se ha negado a practicarlo con el mundo en desarrollo en los rubros de la cooperación técnica y científica convencional; al parecer París sí estaría liberando conocimiento tecnológico (sin restricciones de patentes) en pos de que los brasileños desarrollen sus programas atómicos para fines pacíficos. El temor radica en que dichas buenas intenciones evolucionen hacia una plataforma de objetivos subimperialistas, que simultáneamente le otorgan poderes supremos a las Fuerzas Armadas, que principalmente en el Brasil acumulan un grueso expediente antidemocrático.

Obviamente, que la carrera armamentista en América del Sur acompaña los anhelos de los militares por recobrar el poder, lo cuales resultarían imparables. Posiblemente, el gobierno de Chile ha olvidado esa lección, porque imita igualmente a Venezuela y al Brasil con la compra intercontinental de equipos bélicos, al tiempo que ha intuido la necesidad de atraer “socios obligatorios extranjeros”, como en Europa, la que se presta lamentablemente a estas andanzas de comercializar armamentos con democracias en riesgo, traumadas por los despotismos.

Adversarios acérrimos de Chile, como Bolivia, signada por complejidades sociales y étnicas de origen estructural acaba de presupuestar $100 millones para renovar su armamento, es posible que lo adquiera de Europa o de Rusia. Tampoco Perú quiere rezagarse, dado que prevé el peligro de una hostilidad con Chile y con Evo Morales, en razón de las viejas disputas fronterizas, que en cualquier oportunidad podrían comenzar a echar llamas.

La fascinación suramericana en torno a incrementar proyectos militares bajo la colaboración de potencias extrarregionales, tenía que tocar a su vez las venas del “ Mussolini tropical”, a decir del escritor Carlos Fuentes. Tras celebrar ejercicios navales con Moscú, así como llegar a acuerdos militares y energéticos con el Irán y la China Porpular, etcétera, el mandatario venezolano se jacta de “los cohetitos” de fabricación rusa que el ejército de su país habrá de disponer pronto, en caso de enfrentar la supuesta agresión estadounidense, que se “fraguaría desde las siete bases militares que se instalarán en Colombia” o, quizás, a través del espionaje estadounidense lanzado desde la reactivada lV flota atlántica, situada en el Hemisferio.

Nuevamente, quiere decir que América Latina anda extraviada. Se olvidó de su visión de construir Estados nacionales justos, modernos y prósperos. La región cambia sus derroteros al optar por una competencia armamentista en miniatura.

martes, 8 de septiembre de 2009

Las organizaciones internacionales, perdiendo prestigio e influencia.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

La Embajadora de Noruega ante la Organización de las Naciones Unidas, Mona Juul, acaba de transmitir a su gobierno un memorándum "confidencial", en el que pone en mal predicado a Ban Ki – moon, el (deslucido) Secretario General de las Naciones Unidas. En su reporte le achaca debilidad en su proceder, lo mismo que escaso brillo. Leyendo la crónica del periódico, se interpreta que la Embajadora noruega estuvo cerca de tildarlo de inepto, o sea, que para ella, Ban carece de las calificaciones mínimas que le permitan su reelección.

Unido a las versiones similares de los funcionarios de las Naciones Unidas, ese memorándum de la diplomática, infiltrado al periódico Washington Post, subraya explícitamente la inocuidad de “la diplomacia silenciosa” que dice practicar Ban Ki- mon.

Con las atrocidades de los déspotas de la talla de Than Shwe en Birmania y de Omar Hassan al – Bashir en Sudán, el Secretario General se ha caracterizado en ser indulgente, lo que le resta autoridad moral y credibilidad a la propia Organización, en tanto que con esos gobernantes ha alcanzado apenas “mugrientos compromisos”.

El Washington Post recoge otras opiniones de los detractores de Ban. Cita la disconformidad reinante en un grupo numeroso de oficiales de la Organización, cuyo origen se centra en el pobre desempeño del alto diplomático. Las ácidas críticas llegan al extremo de advertir que el diplomático surcoreano se rehúsa a emprender iniciativas que favorezcan los roles de la Naciones Unidas, dado que a su vez es un pésimo gerente.

Los críticos "colaboradores" suyos mencionan abiertamente que los miles de muertos en Sri Lanka, fue en parte el resultado de confundir “la inacción por prudencia”, lo típico en el estilo de dirección de Ban; por lo que se ha hecho de la ONU un convidado de piedra en los eventos geopolíticos y en las fuentes de conflicto internacionales. Entonces, no es de extrañar que apenas se hubiera levantado una solución parcial e irregular en la pasada guerra civil de Sri Lanka. Lo grave es que se supone que hubo complicidad suya en ocultar reportes sobre las matanzas protagonizadas por el gobierno dominado por los cingaleses.

Por más que el Secretario General ha tratado de persuadir a sus colegas de sus buenos oficios en la isla sudasiática, en las esferas diplomáticas se sospecha de su actitud timorata en abordar al presidente Mahinda Rajapaksa, quien rechazaba las presiones de la comunidad internacional a desistir de los ataques aéreos que causaron masacres contra la población civil, la cual servía de escudo humano a la agresiva guerrilla de los Tigres Tamiles.

De ahí, las reacciones negativas de funcionarios de las Naciones Unidas, como también de varios diplomáticos como la Embajadora Juul, que golpean, de manera sistemática, la imagen del Secretario. Otros encienden igualmente la pólvora. Algunos asesores de Barack Obama siembran dudas acerca de las capacidades ejecutivas de Ban, en cuanto a revigorizar las Naciones Unidas, aún ahora que la Casa Blanca anda en búsqueda de elevar su prestigio con todos los Estados, apostando por la tesis del multilateralismo y cambiando la visión de su predecesor, destinada a ejecutar intervenciones preventivas contra otros Estados sospechosos de promover el terrorismo.

Como precedente, se añade el hecho de que tampoco se pueden omitir las voces tradicionales del Departamento de Estado y del Pentágono que continúan menoscabando la labor de las Naciones Unidas en el ámbito global y regional. No rara vez la han señalado de ser ineficaz y burocrática, lo que se refleja en su incapacidad de sosegar las tensiones políticas y militares y los factores desencadenantes. La violencia en el Medio Oriente es un caso de ellos, habida consideración que la Organización ha sido desplazada, a causa del compromiso decidido de las potencias globales, las cuales se han ido ocupando de las tratativas de paz.

A decir verdad, desde una década atrás las organizaciones internacionales han entrado en una etapa de bancarrota. El fenómeno ha salpicado al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al propio Banco Mundial. Difícilmente, se puede ignorar la responsabilidad que ellos manifiestan tener en el derrumbe financiero, originado en las transacciones riesgosas del tipo Subprime, vinculadas con las hipotecas de viviendas.

Les faltó determinación y correcta previsión, puesto que eludieron la obligación de llamar la atención a las grandes economías acerca de tales “piruetas” financieras, las cuales descansaron en los extremos de la liberalización, especialmente a los Estados Unidos de América, donde estuvieron ausentes los mecanismos de regulación del sistema bancario. En cambio con las naciones en desarrollo, que en casi nada poseen responsabilidad en la presente inestabilidad y recesión económicas, el FMI se comportó en su momento de manera rígida: el patrón fue la constante intolerancia en la suavización de los ajustes estructurales en las políticas fiscales y monetarias.

Nuevamente, las calamidades en aras de concluir la Ronda de Doha, viene a ser otra de las debilidades que se han puesto al descubierto en las organizaciones multilaterales, tal como la Organización Mundial del Comercio (OMC). La elevada sensibilidad alrededor de la liberalización del comercio agrícola ha entorpecido los progresos esperados, ya que ha sido complejísimo el proceso de conciliar las posturas de las naciones desarrolladas, quienes subsidian a sus productores de alimentos, con las de los Estados del sur del planeta: estos exportadores de alimentos y de productos tropicales; los que luchan por sobrevivir frente a los $350.000 millones anuales que reciben en protección los agricultores ineficientes de los países altamente industrializados.

El estancamiento de la diplomacia multilateral está lejos de supeditarse de manera exclusiva a las organizaciones internacionales. Los diferentes esquemas de integración han experimentado tropiezos. Los rezagos ocurren en la Unión Europea, a causa de la reticencia británica de sumarse al sistema de la única moneda, como también las contradicciones entre Estados frente a las políticas energéticas y la estrategia de la defensa militar comunitaria, todo lo cual no ha dejado de representar dentro del bloque un cúmulo de desacuerdos, a veces sin vías de solución.

Por acá, los espectáculos de UNASUR en torno al acuerdo de cooperación militar de los Estados Unidos de América y de Colombia, el que permitirá la instalación de siete bases norteamericanas en esta última nación, a efecto de combatir el narcotráfico y el terrorismo, han venido resquebrajando la frágil unidad suramericana, especialmente por los delirios de persecución, albergados en la mente del presidente Hugo Chávez y de sus corifeos, opuestos a tal acuerdo, en cuenta además el presidente Luis Ignacio “Lula” da Silva, que sabe leer bastante bien el libreto del “juego de cintura” de la diplomacia brasileña, consistente en “saber de que lado situarse en el momento adecuado”.

Por supuesto, que la gritería chavista trae algún rédito al Brasil, pues de ella se alimentan también el Irán, Libia, Zimbabwe, Bielorrusia, etcétera, al cabo que representan votos que podrían favorecer sus clarividentes ambiciones (aunque inmerecidas) de ocupar un puesto permanente ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Con todo, las incertidumbres derivadas del multilateralismo, significan una señal a favor de los pequeños Estados y economías, debido a que la balanza puede inclinarse, en adelante, a prestar mayor jerarquía a las políticas públicas domésticas, articuladas de manera efectiva con las políticas exteriores, logrando que sean relativamente independientes y robustas, ya que a estas alturas de la globalización, resulta que es un riesgo potencial otorgarle una chequera en blanco a tales sociedades plurinacionales, separadas del fracaso por una línea demasiado débil.