martes, 31 de agosto de 2010

En Irak sí hay futuro.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Merece un elogio el retiro anticipado de Irak de las últimas tropas de combate de los Estados Unidos de América, al adelantarse dos semanas antes de la fecha establecida por el Presidente Barack Obama, al tiempo que se pone oficialmente fin a una dolorosa guerra que se inició en el 2003, que tuvo una duración de más de siete años, la cual dejó como saldo la pérdida de miles de vidas humanas y elevados costos económicos, políticos y sociales.

Asimismo, hay que reconocer que el fin de la misión de combate viene a ser un momento de celebración, a pesar de que la comunidad internacional ha sido reservada en manifestarlo. Dicho sea verdad, las acciones controversiales del Presidente George W. Bush al autorizar la guerra iban a contrapelo de los cálculos de las grandes potencias como China, Francia y Rusia. De ahí que resulta hipócrita aquella argumentación acerca de las violaciones al derecho internacional, así como los principios del multilateralismo, lo cual supuso que arrastraba la decisión de la Casa Blanca de atacar.

Tomo como precedente que Moscú y los gobiernos francés y chino disimularon la política de terrorismo de Estado, ejecutada por Saddam Hussein durante décadas. Acaso esto no era de extrema gravedad, al dejarse indefenso y desprotegido al pueblo iraquí, quien por sus propios medios era incapaz de deshacerse del gobernante opresor. Había intereses de fondo en ese solapado respaldo, uno de ellos el comercio de armas, influenciado por la particular dependencia de China y Francia en torno al petróleo iraquí.

Por parte de Rusia, revestía una especie de táctica la alianza tejida con los resabios del panarabismo nacionalista (antioccidental) que abrigaba el partido Baath, el cual le servía de plataforma y farsa ideológica al tirano de Bagdad, representante a su vez de los musulmanes sunitas, minoritarios, quienes así detentaban el poder para someter y atropellar a los chiitas y los kurdos, entre otros grupos étnicos.

Difícil es olvidar la crueldad del régimen del dictador Hussein contra los iraníes en la guerra de la década de 1980, la cual se prolongó por ocho años. Al igual que las armas químicas lanzadas en el norte del país contra la minoría kurda, las que luego alcanzaron para castigar la mayoritaria población chiita (musulmana) residente en el sur del Irak, las dos etnias que se rebelaron frente al gobierno genocida y conculcador de los derechos humanos, tras el final de la ocupación del Irak de Hussein del débil Kuwait a inicios de la década de 1990.

En cambio los viejos trucos diplomáticos antiestadounidenses guardan condescendencia con actos tan repudiables como la discriminación y la violencia de la que son objeto los uigures musulmanes, lengua de origen túrquico y alfabeto árabe que habitan en Xinjiang, región de la China continental, como también de la que son víctimas los tibetanos budistas residentes en el Tibet, cuya identidad cultural se ve amenazada por el totalitarismo proveniente de la dominante etnia Han.

En este capítulo, bien se pueden registrar las invasiones rusas contra Georgia en el Cáucaso sur, apenas censuradas con timoratos comunicados internacionales; o bien el relativo silencio alrededor del exceso de fuerza frente al pueblo de Chechenia, actual enjambre del terrorismo patrocinado por el integrismo islámico: un bumerán alentado por la torpeza de la política dura del Kremlin.

Innegables hubieron de ser los desaciertos de George Bush al decretar la guerra, dada la comprobada inexistencia de armas atómicas en esa nación árabe, la principal justificación de Washington para derrocar a Saddam Hussein. De cualquier modo, la humanidad se liberó de un genocida que martirizó al mundo musulmán. Hoy ese país está mejor que antes, con la perspectiva de que sus instituciones políticas se aproximan gradualmente al sistema democrático, similar al que funciona en Occidente.

Al cabo se ha logrado sofocar la insurgencia de los extremistas chiitas y de algunos reductos sunitas vinculados con las células terroristas. Asimismo, la mayoría de los sunitas ha asimilado la tesis de compartir el poder con sus adversarios. El obstáculo principal es Al Qaeda, protagonista de las últimas acciones terroristas. Sin embargo, esa organización ha sido golpeada fuertemente; mientras sus redes sean desmanteladas en el Medio Oriente, Pakistán y Afganistán, la consolidación del gobierno pluralista es un proyecto que se puede concretar en la nación iraquí, a mediano plazo.

En un Medio Oriente inestable, dominado por sistemas políticos semifeudales y autocráticos, cabe confiar en que la salida de las tropas estadounidenses será bien aprovechada por el pueblo y el gobierno de Irak, a efecto de hacer realidad su aspiración en que la seguridad de su país, sea provista por los mismos iraquíes, incluido el compromiso de enmarcar la cooperación estadounidense en las tareas de asesoramiento y mejoramiento de la formación de las fuerzas de seguridad locales. Todo ello en aras de hacer perdurables el orden, la gobernabilidad, al igual que alcanzar grados mayores de democracia, el antídoto que habrá de contrarrestar la violencia provocada por los grupos terroristas.

lunes, 23 de agosto de 2010

La política exterior con múltiples dimensiones, caminando al brazo de la tecnología.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Sin desentenderse de las problemáticas de la agenda global, tales como los retrocesos
en los derechos humanos, la reaparición de zonas de conflicto regionales, el deterioro
ecológico, las pronunciadas desigualdades económicas, así como la inestabilidad del
sistema financiero; las pequeñas economías desarrolladas, como el caso particular de
Costa Rica, que se empeña en mejorar su competitividad, deben desplegar sus máximos
esfuerzos en aprovechar todas las oportunidades que ofrece el entorno científico y
económico.

De ahí que sea conveniente examinar los contenidos de la política exterior nacional.
Este cometido trae consigo afinar las estrategias y las prioridades en aras de lograr
la más óptima vinculación con los cambios innumerables, experimentados en el mundo.
Lo que quiere decir que la lectura correcta de la evolución de la humanidad, es una
tarea que corresponde a las distintas ramas del saber, en cuenta la actividad de las
relaciones exteriores, las que se sienten comprometidas en esta época a lanzarse a la
búsqueda de mayor conocimiento, como también a innovarse, a través de la creación de
agendas bien pensadas, por la puesta en práctica de herramientas renovadas, tal que
la comunidad y Estados saquen provecho de los beneficios que las interconexiones entre
naciones depara.

Ninguna actividad humana puede estacionarse en el Olimpo, razón por la cual tampoco
puede perder de vista su sentido de aplicabilidad, su misión de transformar la
sociedad, agregando valor social, habida consideración de que está llamada a generar
productos, sean ideas o cosas tangibles.

Los japoneses, los coreanos y los taiwaneses, entre otras culturas, ofrecen singulares
ejemplos “de pensar en grande”, mediante el enfoque de relaciones exteriores
aplicadas. Es bastante común observar a sus diplomáticos, científicos y funcionarios
públicos escudriñar los avances que perciben de los países adonde se dirigen.
Concurren a las universidades para conversar con sus colegas; toman fotografías sobre
las novedades que captan su atención; asisten a los diferentes foros que se organizan;
estudian la historia y los acontecimientos cotidianos del país. En otras palabras,
aprenden de los desarrollos que registran otros pueblos que repuntan o que son más
avanzados que ellos.

Luego deciden abocarse a la tarea de reportar los hallazgos explorados, lo cual será
sometido a examen, en la medida que serán susceptibles de generar permanentes
revoluciones científicas en sus propios países. Entusiasmados por el conocimiento y
la tecnología, los asiáticos hicieron grandes sacrificios por enviar a los jóvenes a
las universidades europeas y estadounidenses a capacitarse, para después regresar a
sus territorios de origen a enseñar lo aprendido en el extranjero.

Fue así como el Lejano Oriente dio la bienvenida a la ciencia aeroespacial, la alta
tecnología, las estructuras de la ingeniería occidental, los conceptos de gerencia y
metodologías sobre reconstrucción de mercados, de forma tal que ellos lograron superar
a un ritmo extraordinario sus economías atrasadas, las cuales dependían décadas atrás
de la producción agrícola rudimentaria.

Todo ello implica en las sociedades, un cambio sustancial en la cultura, la ética y
valores nacionales, en el sistema educativo y, en especial, la visión de la que se
alimente la administración pública y el sector privado. Estas concebidas como
instrumentos de cambio en el proceso de la inserción de determinado país en la aldea
global (Manuel Formoso), al abrigar el conocimiento y productos de última generación,
como lo emprendieron los países del Asia Pacífico, además de Australia, la India y
Nueva Zelanda, quienes consolidaron un acuerdo nacional en esta dirección, lo cual les
ha permitido integrar sus economías a la revolución del siglo XXl.

Costa Rica ha dado pasos agigantados, sin embargo, hay que realizar labor mayúscula.
Estas lecciones las comprendió y aplicó el Presidente José María Figueres Olsen (1994 ¬
1998), al atraer un segmento de las operaciones de INTEL, la compañía transnacional
que operó primero aquí como “una maquila tecnológica” (Abraham Sánchez Obaldía, 2010)
hasta emprender hoy el objetivo de la investigación y el diseño en alta ingeniería del
software.

La llegada de INTEL marcó el comienzo de la revolución tecnológica en este país. Es
de admirar las evoluciones del trabajo de esa compañía y su influencia en el sistema
productivo nacional. Ahora los costarricenses han dejado de ser simples espectadores,
para transformarse en productores de alta tecnología, así como en pequeños
empresarios, a raíz de los procesos de encadenamientos (clusters) que se han
derivado de las operaciones de esa poderosa empresa transnacional.

Hay por delante aportes del sistema jurídico, el cual se ha visto obligado a
modificarse, con la nueva ley de zonas francas, en aras de ser receptivo a la
atracción de inversiones en el sector de las ciencias avanzadas, pues se originan las
condiciones propicias, en cuanto a cimentar industrias e infraestructura científicas,
con base en la importación de tecnologías protegidas bajo criterios tributarios y
fiscales flexibles. Con el aporte del Estado y de la sociedad en su conjunto, la
ciencia de última generación dejará de ser una cuestión distante de la realidad
económica del país.

Así entonces, merecen el reconocimiento el proyecto de desarrollo de la industria
aeroespacial en la provincia de Guanacaste, impulsado por la Presidente Laura
Chinchilla, por intermedio de la Cancillería de Costa Rica, asociada con ciertas
instituciones públicas y privadas, a fin de gestionar la instalación de industrias
aeroespaciales (cluster), partiendo de las experiencias desarrolladas por Franklin
Chang, con su filial de Ad Astra Rocket, en la producción del motor de plasma para ir
a asteroides u otros cuerpos celestes.

Asimismo, en dicho proyecto se tienen contemplados la negociación de acuerdos y
convenios, bilaterales y multilaterales, destinados a fomentar el desarrollo de esta
industria, a través de la colaboración de los diferentes actores estratégicos, que
actualmente interactúan en el mercado aeroespacial de Centroamérica (Carlos Alvarado
y Natalia Chaves B. sic). Lo citado en líneas anteriores, supondría la cooperación
internacional y, en particular, la de las grandes metrópolis científicas, un recurso
que funcionaría como herramienta de cara al fortalecimiento de la integración
ístmica.

Por algo hay que empezar. Las futuras generaciones merecen convertirse en sujetos
activos de la producción científica, no ser simples espectadores, o a la sumo
consumidores pasivos de los beneficios de los hallazgos científicos del mundo
desarrollado. Para evitar tal repetición, cabe inculcar en los niños y los jóvenes
costarricenses el apego por el estudio de la lógica, las matemáticas, la astronomía,
la física y la química, saberes en los que también el resto de los científicos
sociales deberían contar con un mínimo de conocimientos, y viceversa. Con ello, el
universo de las disciplinas académicas se aproximarían al objetivo de la unificación
del método científico, tal como lo postulaba Mario Bunge en su obra genial: “La
investigación científica.”

Por otra parte, resultan alentadoras también las políticas de la Coalición
costarricense de Iniciativas de Desarrollo (CINDE) de atraer inversiones de alta
calidad en materia de biotecnología, tecnología limpia y energías renovables, lo
mismo, que de entretenimiento por la vía de la producción digital y la publicidad
interactiva. Dentro de sus planes se encuentra también atraer empresas extranjeras de
producción cinematográfica.

Lo que se ha venido comentando son buenas señales de que “si se puede” pensar en
grande en Costa Rica. No es otro camino que apostar por las ciencias del futuro,
sinónimo de prosperidad nacional; que su enseñanza y aplicación sea un modus vivendi,
en tanto que son precursoras de estados superiores de soberanía y libertad individual
y colectiva.

Ronald Obaldía González (opinión personal)

lunes, 16 de agosto de 2010

Democracia es diversificación.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Una democracia que sea monótona corre un grave riesgo en cualquier país, puede constituir un síntoma de agotamiento y descomposición. En cambio, si es polifacética, donde abunda la diversidad de ideas y complejidades, todo ello interconectado tanto en el ámbito doméstico como con la sociedad internacional, deparará un sistema político robusto, abierto y con extraordinaria capacidad de adaptación y recuperación frente al contexto y las demandas globales.

Habrá de alcanzarse una democracia vital, mientras concurra el libre debate, lo mismo que el entusiasmo, el compromiso de la ciudadanía y del correcto funcionamiento de las instituciones representativas, en el sentido de producir respuestas y soluciones alrededor del universo de dificultades e incertidumbres. Sin embargo, la violencia, la guerra y los comportamientos autodestructivos representan la antítesis, que distan de enriquecerla; en tales casos se asoma el peligro del totalitarismo, autoritarismo y el caos anárquico, cuyas raíces son difíciles de extinguir.

Una cuestión similar suele ocurrir en las organizaciones públicas y privadas, que se añejan o desaparecen del todo a falta de renovación e insuficiencia de conocimiento, que facilite atender los riesgos y los cambios del entorno. O que simplemente se duerman en los laureles (o el confort), a causa de los éxitos alcanzados, por lo que se estacionan en el tiempo y en el espacio, defendiendo su posición de poder, el cual se desgasta, como consecuencia de las leyes y fuerzas del cambio que, dentro de su propia naturaleza, arrastra la novedad y un cúmulo diferente de preocupaciones. La efectividad de las soluciones dependerá del análisis y el acople apropiados, medido en la correspondencia con las realidades particulares y transitorias, a pesar de que la dictadura y el autoritarismo traten de prolongar el estatus, en aras de sobrevivir, sean los regímenes islámicos, el comunismo totalitario y las autocracias militares de derecha.

De ahí que las naciones que acarrean rasgos autoritarios sacan provecho de un solo tema o un mínimo de ellos, a fin de perdurar. Puede que les dé réditos ideologizar la seguridad nacional, amenazada por el supuesto del enemigo interno o externo, o magnificar un resultado que se convierte en fetiche, el primer eslabón del fanatismo y la intolerancia. Algunas veces son las cifras económicas elevadas, generadoras del falso orgullo nacional; el peso del componente religioso, que opera en determinadas circunstancias, como aparato enajenador de masas; así como el incremento del potencial militar por parte de un Estado nacional, toda vez que realimenta el comportamiento antidemocrático y el nacionalismo desviado. Dicho esto, cabe recordar el exceso de euforia de los pakistaníes al fabricar su propia bomba atómica, con todo y su condición de pobreza extrema y postergación.

En las sociedades nacionales hay problemáticas sumergidas, empantanadas y hasta reprimidas debido a inalterables patrones culturales. Aquellas subsisten como tabúes al predominar en ciertos países el oscurantismo, la persecución y la discriminación, en sus diversas manifestaciones. Razón por la cual, luego tomarán forma de conflicto y de disolución social. Entretanto, la filosofía y la ciencia que se nutre de la reflexión y la contradicción se encuentran allí en completa desventaja; la sociedad abierta es inimaginable.

Por este motivo, “el no conocimiento” continúa transformándose en pensamiento único; quienes lo cuestionan vivirán en la clandestinidad, así habrá una legión de infieles, herejes y traidores; entonces se legitima la costumbre de la lapidación en el Medio Oriente, la prisión en las mazmorras y la pena de muerte en los sistemas despóticos; como también los estereotipos y las descalificaciones de las que son objeto, injustamente, las minorías en el mundo occidental, especialmente los migrantes, los homosexuales y múltiples grupos étnicos y culturas.

Para alcanzar la prosperidad democrática es requisito ineludible la mayor diversificación en las relaciones de la gente en comunidad. Tampoco quiere decir que la diversificación implica un distanciamiento con la ética y las convicciones genuinas de la sociedad. Pero, sí significa cambios en la forma de entenderse y convivir, al compartir nuestras concepciones, emprendimientos individuales y los proyectos como nación. También, los sistemas políticos progresistas, entre ellos, el costarricense, Estados Unidos de América, Canadá y una buena mayoría de los países europeos, buscan abrir las puertas a cualquier corriente de pensamiento y a los intercambios con otras culturas, sea a través del comercio o por las vías diplomáticas activas y versátiles; dicho accionar forma parte de sus propias fortalezas, lo que explicó otrora el fracaso del marxismo en ellos.

Al mismo tiempo, en las democracias avanzadas han sido eliminadas las palabras temor y prejuicio del diccionario, porque conforme salgan a relucir a la superficie los temas sumergidos e identificar las soluciones, mayor es el fortalecimiento de la institucionalidad. Ningún trauma habrá de generar el debate sobre la igualdad de género, los derechos de los homosexuales, la dolarización de la economía, la legalización o la prohibición del consumo de la mariguana, la regularización de los migrantes, etcétera, dado que la sociedad en su conjunto aprende a respetar las diferencias encontradas en el prójimo, el postulado que puede llegar a ser la figura del onceavo Mandamiento.

Ronald Obaldía González (opinión personal)

lunes, 9 de agosto de 2010

La Colombia de Álvaro Uribe.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Juan Manuel Santos toma las riendas de Colombia, de los pueblos cultos de América
Latina; el país donde la gente habla el mejor español. Todo indica que sobre sus
espaldas sobrellevará un fardo menos pesado. A Álvaro Uribe, su predecesor, le correspondieron ocho años de trabajo extenuante y complicadísimo, al enfrentar férreamente la narcoguerrilla de las FARC y el ELN y, de relevo, las fuerzas oscuras que están detrás.

Los paramilitares de derecha, asesinos como sus enemigos, aceptaron a regañadientes la desmovilización, lo que significó deponer las armas, aunque se resisten a lesionar la alianza con el narcotráfico. En las esferas gubernamentales encontraron socios; con todo, el aparato judicial funciona como tal, se lograron desenredar múltiples nudos, que evitaron la impunidad, que pudo haber favorecido a los extraditables del narco y a los cabecillas de los paramilitares.

La voluntad de diálogo entre el gobierno de Uribe y la guerrilla quedó fuera de la agenda nacional. La fallida experiencia en tiempos del inocente mandatario Andrés Pastrana era suficiente. En ese entonces, tuvo poco valor la existencia de “la zona de despeje del Caguán”, concedida a los guerrilleros, tal que las fuerzas armadas se mantuvieron a la distancia de tales territorios, mientras continuaban las
negociaciones de paz entre el gobierno y la insurgencia. Pastrana debió reconocer su
frustración. Terminando casi su gobierno, con el presidente Bill Clinton firmó el Plan Colombia; se deslizó al otro extremo.

Más antes, el presidente Belisario Betancur había intentado acuerdos con las fuerzas rebeldes, a fin de conseguir la pacificación. Los boicots y los complots, salidos de todas las partes, dieron al traste con los mínimos avances conquistados. Las mismas fuerzas armadas se empeñaron en estropearlos, lo que evidenció su fuerte ligamen con los paramilitares de derecha.

El periodo de gobierno de Ernesto Samper (1994 – 1998) registró la máxima turbulencia de la sociedad colombiana, al comprobarse los nexos de su campaña con el narcotráfico.
En realidad, Samper tuvo que dedicar tiempo completo a su defensa, su administración perdió total credibilidad; enfrentaba presiones de sus opositores, quienes abogaron
por su renuncia, al compás del malestar de Washington. El descalabro de la nación
era inminente.

Sin la presencia todavía de Hugo Chávez y sus pequeños satélites, la guerrilla colombiana continuaba golpeando la infraestructura, secuestraba, asesinaba a cielo abierto, ganaba terreno; combatía contra un ejército oficial mediocre y corrupto, el que pudo mejorar tras la asistencia de los Estados Unidos de América que ejecutó a la letra el Plan Colombia. Tampoco se quedaban atrás los cárteles del narcotráfico, acostumbrados a tejer alianzas con los paramilitares o bien con los rebeldes, dependiendo de los vaivenes del negocio de la droga.

El mayúsculo descrédito de los partidos tradicionales (el Liberal y el Conservador), responsables, en parte, de la erosión moral y fragmentación, la desigualdad social, así como de la violencia que la nación colombiana arrastra por más de un siglo, crearon las condiciones a favor del nuevo bloque político que permitió el ascenso a la presidencia de Álvaro Uribe, decidido a ganarle la batalla a la narcoguerrilla, sus cómplices en la violencia: los paramilitares y los narcotraficantes, como también restaurar la economía y garantizarle seguridad jurídica a los ciudadanos.

Luego de que se suponía que el país estaba al borde de caer al vacío, el disciplinado mandatario arrancó con la depuración y la modernización del ejército; convenció a los colombianos de la efectividad de su política de seguridad democrática; las instituciones públicas consiguieron un mejor funcionamiento, por lo que alrededor de Uribe se consolidó la unidad nacional, el factor determinante que permitió asestarle serios reveses a las organizaciones terroristas.

Los acosos exógenos y domésticos contra el mandatario estuvieron a la orden del día.
Entre los primeros, se cuenta la retórica “nacional populista” del presidente de Venezuela, Hugo Chávez y sus aliados del ALBA, que no dudaron en buscar sanciones y el aislamiento del gobierno colombiano, al suscitarse el ataque contra las FARC, hospedadas dentro del territorio del Ecuador.

Al final, Colombia salió bien librada de ese crítico episodio. A partir de aquí el gobernante venezolano, a punto de ver agotado su régimen de economía de Estado, se transforma en el símbolo inequívoco de la amenaza contra la seguridad nacional, de lo cual será testigo el candidato opositor Andreas Mockus, en uno de sus deslices verbales deja entrever un posible acercamiento con Chávez; lo que le deparó la aplastante derrota.

No dejó de ser una piedra en el zapato, la titubeante y confusa política de Washington que le cerró el paso al presidente Uribe, en lo referido a la aprobación del Tratado bilateral de Libre Comercio, pues según la Administración Obama, hay escasos progresos en materia de derechos humanos en ese país suramericano, que sigue en pie de guerra; en cambio, sí le es incrementada la asistencia militar, mediante el Plan Colombia. Al tiempo que a Pakistán, cuya agencia de inteligencia es colaboracionista de los talibanes afganos, se le libera de dichas condicionalidades, por lo que seguirá siendo objeto de cuantiosa cooperación en los diversos rubros, durante el próximo lustro.

Lo cierto es que el Presidente Álvaro Uribe logró desarticular en alto grado la narcoguerrilla, los paramilitares y los cárteles de la droga. Frente a esta especie de fauna son inútiles los marcos lógicos y la racionalidad. La opción efectiva resultó ser, para él, la guerra, la cual es además la prolongación de la política.

Ronald Obaldía González (opinión personal)

martes, 3 de agosto de 2010

En Costa Rica la economía ha sido política.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Señalar que “la economía del postre” dominó por sí sola el sistema productivo desde los inicios del periodo de maduración del Estado costarricense hasta avanzado el siglo XX, puede ser una hipótesis que tiene cierto sesgo economicista, puesto que discrimina fenómenos políticos y culturales, lo mismo que fenómenos propios del mercado interno, entre ellos, la receptividad a la apertura, inculcada por la inserción del café en la dinámica del comercio internacional.

Ciertamente, el café, el azúcar y el banano - este último producto, que al principio, lo monopolizaron las compañías transnacionales – fueron los que generaron las múltiples ganancias como resultado de los intercambios de este país con las principales metrópolis capitalistas. Lo positivo de esto, reside en el hecho en que los gobiernos costarricenses dedicaron buena parte de los ingresos fiscales, acumulados del esquema agroexportador, a la inversión en infraestructura, a saber, la construcción de ferrocarriles, carreteras, caminos vecinales, electrificación, escuelas, hospitales, edificios públicos, etcétera.

La acumulación de propiedades por parte de los cafetaleros en las ciudades principales del naciente Estado, se compensó con el otorgamiento de tierras a campesinos, incentivados a desplazarse al occidente y oriente del Valle Central; consecuentemente las tensiones sociales se neutralizaron.

Las colonias que florecieron en dichas regiones se incorporaron de manera rápida a la producción del café, adyacente a la producción de alimentos y al impulso de industrias artesanales, cuya combinación dio origen a mercados locales bastante dinámicos, gestores de plusvalía y de redes de comercialización, que funcionaron de manera simultánea a las exportaciones del café hacia los mercados externos.

Lo que quiero decir es que la hipótesis de “la economía del postre” es incompleta, porque pasa desapercibida la riqueza nacional de los mercados criollos que, cointegrados a la economía del café, fueron capaces también de desarrollar cualidades del capitalismo agrario y de servicios, las que a su vez incorporarías política social, acentuada con mayor vigor en las décadas de 1930 y 1940 y subsiguientes.

El fortalecimiento de las jóvenes colonias iba acompañado de fuerte inversión pública, parte de ella financiada por fuentes extranjeras. Esto las hizo menos dependientes de las ciudades centrales tales como San José, Heredia, Alajuela y Cartago. En parte fueron receptoras de la plusvalía de la economía del postre, pero con acento propio prosperaban a través del aprovechamiento de los minifundios que suplían las necesidades del consumo interno, lo que comportaba el establecimiento de una estructura de clases relativamente horizontal, la cual favoreció la distribución del poder político hasta llegar a interconectarse con las élites de las ciudades del Valle Central, por lo que se alcanzó el consenso que previno las divisiones regionales.

Las agroexportaciones y esos pujantes mercados domésticos, como factor unitario, fueron los responsables de fundamentar la cultura progresista del emprendimiento, la cual sentó, primero, las bases de los procesos de integración de la economía costarricense a los mercados regionales y globales. Luego será el precursor de la asimilación nacional de las corrientes de la apertura y la liberalización de los mercados, lo que ha facilitado en el siglo XXl la coexistencia entre la economía agrícola y la economía de servicios (alta tecnología, finanzas, turismo, comunicaciones), incluida la solución del conflicto de las desigualdades regionales que enfrentan no pocas naciones latinoamericanas.

El error del economicismo ha sido concentrarse en calcular el peso en los dos siglos anteriores que tuvieron determinados productos en la contabilidad nacional. En el caso particular de Costa Rica, convergieron las fuerzas productivas del mercado doméstico, con fuerte tendencia a la diversificación, responsables de construir pensamiento democrático, robusta institucionalidad y cointegración, todo lo cual, posteriormente, agregó valor a la estructuración gradual de un Estado pequeño
desarrollado, que hace tiempo conoció la aldea global.