lunes, 7 de diciembre de 2009

Las manos de Barack Obama en Honduras y Afganistán

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Así como el caso de Honduras inauguró la diplomacia (multilateral) del Presidente Barack Obama, en especial, sobre la línea de conducta por seguir en el súbito derrocamiento del Presidente Manuel Zelaya, la decisión de la semana pasada de aumentar las tropas estadounidenses en Afganistán, adicionando 30.000 soldados, ha puesto de relieve la coherencia de la Administración, en el sentido de restringir la política de predominio unilateral y del poderío militar en los distintos ciclos de conflicto, que en menor o mayor grado, causan inestabilidad o los que en definitiva amenazan la seguridad nacional de la única superpotencia económica y militar.

La solución hondureña evidencia que Washington continúa siendo influyente en Centroamérica, con todo y que este istmo (y la propia región latinoamericana) es bastante marginal en la cúspide de sus prioridades. A diferencia de las alucinaciones bolivarianas y brasileñas, que se engañaron en que la Casa Blanca lo había relegado, por lo que se podía hacer mesa gallega; al final la diplomacia estadounidense, se deshizo de acciones unilaterales practicadas por George W. Bush, aunque determinó el curso de acción - ajeno de imposiciones -, al reconocer el resultado de las elecciones que dieron como ganador al derechista Porfirio Lobo, donde además participó libremente el 60% de la población, un porcentaje que superó las votaciones generales anteriores.

Hoy Honduras cuenta con tres presidentes (Zelaya, Micheletti y Lobo), un hecho atípico, que origina riesgos residuales, los cuales se encaminan a mantener viva la resistencia contra el golpe, como también frente al próximo gobierno que a inicios del año entrante asumirá el poder. La sociedad hondureña se polarizó, además en los pasados comicios sí hubo “vencedores y vencidos”, por lo que es incierto poder restañar pronto las heridas. Como es incierta también la propuesta de que las Partes envueltas en la confrontación recompongan el diálogo y los Acuerdos de San José/Tegucigalpa, ya que los esterilizaron desde un principio, de ahí la tediosa prolongación de la ruptura del orden institucional.

Múltiples actores intercedieron en Honduras, en cuenta la Organización de los Estados Americanos (OEA), que salió esta vez del letargo e inmovilismo que la han amenazado con consumirla. Sin embargo, como la OEA, tampoco salieron bien librados países solos como el Brasil con su jactanciosa “Doctrina Lula: América para los brasileños” (Sandra Borda Guzmán, 2009), con la cual ambiciona desplazar el predominio de los Estados Unidos de América en el subcontinente, naciendo así el confuso respaldo brasileño a Zelaya, lo que devino en incrementar los temores acerca de la peligrosa injerencia extranacional en medio del conflicto interno, el cual era facultad soberana de la sociedad hondureña solucionar.

Reduciendo el aislamiento de cuatro meses, Washington dotó a Honduras de energía política, apoyando el desenlace de los comicios. Excepto Brasil y las naciones del ALBA que los califican de ilegítimos, siete naciones latinoamericanas se han pronunciado a favor de ellos. Mientras que el resto de la comunidad internacional se mantiene todavía reservada, hasta mejor oportunidad de valorar, tal como quedó expuesto en la XIX Cumbre Iberoamericana, que tuvo lugar en Lisboa, el 1 diciembre 2009.

Por lo visto, la diplomacia estadounidense subsanó las debilidades del multilateralismo, a fin de mitigar parcialmente la crisis política de Honduras, por lo que corresponderá a Porfirio Lobo persuadir a la comunidad internacional a que, en efecto, se ha alcanzado la normalidad institucional, a través de un proceso electoral, que ha estado ayuno de cuestionamientos graves.

La otra asignatura sin solución es todavía Afganistán, cuya guerra , como la prisión de Guantánamo y la otrora intervención unilateral en el Irak, se ha vuelto impopular dentro de la opinión del público estadounidense, quien la tilda como el segundo Viet Nam. Obama dispuso mantener las tropas estadounidenses hasta julio del 2011 con el propósito de vencer la alianza terrorista de Al Qaeda y los Talibanes, la cual ha extendido sus redes y poder de fuego en el Pakistán (nuclear), golpeado fuertemente este año. Asimismo, decidió respaldar las operaciones militares enviando otros 30.000 soldados americanos, suficiente para acabar contra la sociedad terrorista que ambiciona poseer armas destructivas; al mismo tiempo, el mandatario demandó a sus 43 aliados, organizados por la OTAN, mayor compromiso con la guerra antiterrorista, la cual legitima la Organización de las Naciones Unidas.

Con todo, el Presidente Obama rechaza la idea de seguir librando una guerra interminable en esa nación (epicentro del terrorismo fundamentalista), como iría ocurrir en el Irak en tiempos de Bush y sus halcones. Por el contrario, se busca elevar la estatura internacional de los Estados Unidos de América. Entonces, a partir del segundo semestre del 2011, el gobierno de Afganistán deberá asumir sus responsabilidades de garantizarle a su propio pueblo seguridad interna y prosperidad.

A la vez en el orden de la nueva estrategia de Washington se contempla el entrenamiento de las fuerzas armadas afganas y mayores exigencias al Presidente Hamid Karzai a que depure la administración corrupta e ineficaz, en la que descansa su gestión gubernamental. Igualmente, queda abierta la posibilidad de aceptar el diálogo con aquel segmento de los Talibanes, opuestos al radicalismo de Al Qaeda, lo mismo que continuar con los acercamientos y entendimientos con la civilización musulmana.

Todo lo anterior quiere decir que el matonaje verbal y la arrogancia se han ido alejando de los pronunciamientos de la Casa Blanca; en su lugar, dice Obama, se debe recurrir a la persuasión moral como la base del poder de esa nación, lo cual no deja de ser un patrón de comportamiento, digno de ser imitado también en cualesquier ambiente humano.

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