lunes, 21 de septiembre de 2009

"Señales de esperanza" en las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos de América.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

La crisis de los misiles a comienzos de la década de 1960, cuyo epicentro fue Cuba, reveló la madurez de los Estados Unidos de América y de la desaparecida Unión Soviética, quienes hicieron todo lo posible por evitar una verdadera hecatombe nuclear. A partir de aquí florecieron negociaciones entre los dos gigantes, concentrados en la sobrevivencia del planeta y de la especie humana, hasta avanzar a la siguiente etapa del apaciguamiento y la distensión, en la cual se apuntó con especial preocupación la carrera armamentista y la proliferación de las armas atómicas.


El monopolio de la fuerza de las armas de destrucción total debía quedar en manos sensatas. En medio de la Guerra Fría, Washington y Moscú hicieron esfuerzos por difundir una cultura de paz, la cual caló por todo el orbe. El beneficio agregado a ello tuvo como significado que la sociedad civil rusa evitara desarraigarse de la ética de la civilización occidental. Ni la persecución por parte del dogmatismo, tampoco los Gulag de la Siberia pudieron borrarlos. Eso era imposible, pues sobre la base de ellos descansaron los innumerables aportes a la humanidad, ofrendados por
la “Gran Madre Rusia”.

La doctrina del perfil poco visible aminoró el peligro de la guerra absoluta; la crisis de los misiles fue una pesadilla. Por eso, estuvo lejos en las mentes de los líderes americanos y rusos la repetición de una circunstancia de alta tensión, con todo y las guerras anticolonialistas en el África, la guerrilla latinoamericana, el panarabismo en el Medio Oriente, los movimientos de liberación nacional en el Asia, particularmente en Indochina, las cuales eran secundadas por los juegos de poder de ambas superpotencias y sus virtuales ingredientes : los intereses ideológicos (el capitalismo versus el comunismo) y estratégico militares (la OTAN y el Pacto de Varsovia), de naturaleza expansionista.

El multilateralismo recobró relevancia, la Organización de las Naciones Unidas llevó a cabo un despliegue intenso en tal dirección. Sin embargo, el unilateralismo, traducido en la iniciativa de defensa estratégica (Guerra de las Galaxias) de los Estados Unidos de América, impulsado por Ronald Reagan en la década de 1980, puso fin al poder hegemónico de la Unión Soviética en Europa del Este, cuyo proyecto de “planificación centralizada de la economía” venía desplomándose a causa de la voluminosa burocracia, el despilfarro, la ineficiencia tecnológica, como también por el alto costo y riesgo inherentes y elevados de financiar sus satélites europeos, incluso la propia Cuba. En ese entonces, la perestroika y el glásnot revelaron su impotencia en evitar la caída libre del imperio comunista.

1989 como punto culminante y los acontecimientos de los años que siguieron, terminaron de quitarle el velo del engaño al totalitarismo comunista ateo; ya el diplomático estadounidense George Kennan décadas atrás había pronosticado el colapso del aparato soviético, al que le fue insoportable mantener el ritmo que lo acercara a la velocidad que implantó Reagan en los programas de defensa e innovación científica. El riesgo de la guerra nuclear perdió mucho más vigor, a raíz de la extinción del sistema comunista internacional. El resultado final de esta historia lo dictó el triunfo del capitalismo y de los valores de la democracia liberal, que acabaron de vulnerar las naciones de la Cortina de Hierro y lo hará en cualquier oportunidad con los regímenes represivos de la China Popular, Corea del Norte y Cuba, aunque esto llevará algún tiempo todavía.

Con el arribo de Vladimir Putin a Rusia se suscitaron unas cuantas réplicas de la Guerra Fría, que se suponía superada totalmente, particularmente ante la cuestión de los escudos antimisiles. Esta vez bajo la sombra de la amenaza del Irán y su programa nuclear subimperialista, que al desvelar a la Casa Blanca, puso en alerta al presidente George W. Bush, quien se decidió en su momento a fijar radares e interceptores de misiles balísticos de largo alcance en Checa y Polonia.

Tajante ha sido la oposición rusa frente a dicho programa, el cual originó serios desacuerdos con Bush, al punto que el Kremlin declaró su disposición de emplazar un proyecto de igual magnitud en su territorio, porque valoró siempre el proyecto antibalístico estadounidense, como una grave provocación de la OTAN, en tanto que, al concretarlo, utilizaría a ex aliados soviéticos (hoy inamistosos), situados cerca de sus fronteras.

Realmente se desconocía si estaba presupuestado que el Presidente Barack Obama determinara abandonar, tan pronto, el proyecto estadounidense de implantar el escudo antimisiles en Europa Central, incluido el cambio de enfoque en torno al Irán, a quien se le ha minimizado como “peligro inmediato”, tal como consta en las versiones difundidas el pasado fin de semana.

Mientras hubo de ser candidato, los pronunciamientos de Obama fueron difusos frente a dicho programa de seguridad defensiva. Lo cierto es que el Presidente dio un paso que ha originado alivio y satisfacción en Europa y en la propia OTAN, la que se dispone a recuperar ahora los mecanismos cooperativos con Moscú, los cuales han venido a menos, sobre todo por el malestar que generó la invasión de Rusia contra Georgia en el Cáucaso.

Vistas así las cosas, esta última réplica de la Guerra Fría, o sea los escudos defensivos, tiende a desaparecer del mapa internacional. Asimismo, Rusia echará marcha atrás con su proyecto antibalístico. Por lo tanto, sería preferible que el conflicto de Georgia, en cuenta las separaciones de su territorio de Abjasia y Osetia del Sur, posean en adelante una baja intensidad por su carácter marginal, al igual que la desatención de las rabietas de Checa y Polonia, las que rechazan el giro radical positivo del Presidente Obama alrededor de los escudos.

El uso de la fórmula del costo-beneficio es bastante clave en la valoración y el control de las fuentes de riesgo de la política internacional. En razón de esto último, lo que prosigue tiene que ver con el fortalecimiento de la confianza, con miras a facilitar las coordinaciones y cooperaciones entre Rusia y la OTAN, en las misiones de enfrentar el terrorismo y el tráfico de narcóticos, ambos sembrados en Afganistán, lo mismo que la proliferación de las armas de destrucción masiva, entre ellas las armas químicas y biológicas. Y de haber conclusiones exitosas, los beneficios habrán de alcanzar a toda la sociedad internacional, sin importar los sacrificios.

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