martes, 9 de marzo de 2010

América Latina: a la búsqueda de un pensamiento propio

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Lo cierto es que la visita a América Latina de un alto funcionario del gobierno de los Estados Unidos de América origina crecientes expectativas. La combinación de criterios generados alrededor de la misión de la semana anterior de la Secretaria de Estado, señora Hillary Clinton, confirma tal valoración. Por supuesto, que a la par del impulso al "diálogo franco y ameno'', en el que se compartieran "ideas de forma respetuosa'' (como en efecto ocurrió), se esperaba que Washington "dictara cátedra'' en sus líneas de cooperación, orientadas a fomentar dentro de sus socios latinoamericanos la competitividad, el desarrollo económico y la equidad social, mejorar la seguridad y fortalecer la democracia en la región. Algunos se ilusionaron en vano, pues en un principio el temario de la señora Clinton se acercaba al de la “Alianza para el Progreso” del Presidente John F. Kennedy.

Era demasiado pedir. Estados Unidos se siente agobiado por una crisis económica de dimensiones planetarias (Carlos Mesa Gisbert, 2010). El escabroso camino de las reformas a la seguridad social, al igual que los embates del movimiento conservador de la clase media “Tea Party”, han sido sopesados incorrectamente por Obama, lo cual pone en riesgo sus aspiraciones hacia la reelección presidencial. La política extranjera estadounidense se ha concentrado en el Asia Oriental y la India, al igual que en la guerra contra el terrorismo (Afganistán – Pakistán), percibiéndose un desgano hacia este subcontinente. A diferencia de la intensidad de sus intereses y “sus excesos” de décadas pasadas, cuando se sentía asediado por el imperialismo soviético y las organizaciones guerrilleras marxistas que le servían de herramienta.

Por eso, en parte le asiste la razón a la Presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, al afirmar que la política exterior del Gobierno del presidente Barack Obama hacia Latinoamérica, "no cumplió las expectativas'' que había despertado en la región. En otras palabras, Obama ha ido perdiendo “el aura”.

Lo corroboró la Secretaria de Estado en la razón de su gira, pues solo vino a “escuchar” a sus socios latinoamericanos. Ni siquiera hizo mención de los constantes deterioros que experimenta aquí la democracia; Obama los ha estado dejando a un lado, continúa considerando que esta región puede gobernarse sola. Asimismo, el gobierno estadounidense tiene deudas pendientes, registradas en anteriores foros birregionales como la pasada Cumbre de las Américas, a saber, en seguridad, integración regional, cambio climático, inmigración y la cooperación para el desarrollo humano.

El narcotráfico representó la asignatura mayúscula en la agenda de la misión. La señora Clinton se supeditó a mencionar que su país es parte de tales complicaciones, al admitir que es un consumidor grande. Fue apenas parcial su compromiso de respaldar a Centroamérica en el combate a los cárteles de la droga, asentados en México y Colombia, ya que a la propia superpotencia le ha faltado contundencia en su estrategia de reducir la demanda de drogas, como también perseguir las redes criminales de los grandes traficantes de estupefacientes que operan como corporaciones en sus grandes ciudades. Con la narcoactividad corre parejo el negocio del tráfico de armas, aquel que nace en los Estados Unidos de América, desde allí se provee a los cárteles, quienes a su vez cuentan con armas más sofisticadas que las poseídas por las Fuerzas Armadas mexicanas, esto a manera de ilustración.

De algún modo, tenía razón un senador dominicano al referirse en una ocasión a las famosas “descertificaciones” dictadas por Washington, las cuales venían precedidas de rigurosas exigencias contra las naciones productoras de drogas y a las utilizadas como tránsito y bodega. Para él, representa un costo económico elevado a los pequeños países latinoamericanos “cuidarle las espaldas” a los estadounidenses en materia de narcotráfico. El reforzamiento del gasto presupuestario a favor de las policías nacionales y de las Fuerzas Armadas para dicho objetivo de seguridad, significa la desatención política de las necesidades vitales de estos pueblos, entre ellas la superación de la pobreza.

En cambio, los Estados Unidos de América, cuya población es de las mayores consumidoras, ofrece pobres resultados en disminuir la demanda de estupefacientes; por otra parte se ahorra recursos, dado que el mayor peso del combate contra la droga en los mares y las fronteras lo ejecutan los países vecinos, a pesar de sus limitados recursos. La cooperación financiera de la Casa Blanca frente a esta modalidad del crimen organizado ha sido siempre insuficiente, según el político dominicano.

Dicho lo anterior, Washington le ha dedicado más pensamiento estratégico y recursos a la guerra contra el terrorismo que a las complejidades globales derivadas del narcotráfico y a los efectos del calentamiento global. Sobre la base de este supuesto, convendría el replanteamiento hemisférico de la visión y de los objetivos en la lucha contra el delito transnacional de la droga, de manera tal que las obligaciones y responsabilidades realmente sean compartidas, o bien, que los grandes países consumidores sean los que paguen el alto coste de las facturas, porque son quienes alientan la oferta.

Con todo y que se acentúe “el indiferentismo” de Washington por América Latina, tampoco quiere decir que el panorama sea acá la ausencia de alternativas políticas. La región puede ser protagonista en construir su propio futuro de “modo soberano”, prescindiendo del latinoamericanismo demogógico y descartando también el aislamiento (Mesa Gisbert, ibídem). La variedad de sus recursos naturales, la amplitud de sus rutas marítimas comerciales, lo mismo que su riqueza étnica y cultural hacen posible también la construcción de sociedades prósperas, competitivas y pluralistas, las cuales apuesten por verdaderas políticas públicas, fundamentadas en la historia y en las realidades particulares.

Los latinoamericanos saben pensar con su propia cabeza, ya son conscientes que los dogmatismos del Consenso de Washington, lo mismo que el populismo o el izquierdismo arcaicos han sido inútiles en transformar la vida de 235 millones de pobres. Por lo tanto, la región tiene su potencial para lidiar de manera imaginativa contra el eje de confrontación de la droga, a la que hasta ahora sus sociedades civiles y Estados han ido mitigando.

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