lunes, 22 de marzo de 2010

Grandes potencias y la nueva versión de países satélites

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Observando las reacciones de las tres potencias globales, a saber, los Estados Unidos de América, Rusia y la China Popular frente a determinados comportamientos de ciertas naciones, con las cuales, de manera particular, cada una de ellas manifiestan tener intereses estrechos y múltiples, podría ser correcto hacer mención ahora de un pequeño grupo de ”Estados neo-satélites”, diferentes en ideología y organización de aquel alineamiento conformado por el bloque de la Europea del Este, en los tiempos de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

La base real de dicha conjetura descansa en las irritaciones diplomáticas de Washington frente a Israel, su aliado en el Medio Oriente, habida cuenta de su política de colonización en Cisjordania y Jerusalén del Este. La política pendular de Ucrania ha sido fuente de desasosiego en Rusia, de quien se independizó tras el desplome del comunismo soviético y de la Cortina de Hierro. Una pesadilla constante es Taiwán a la China Popular, “su provincia rebelde”, cuyo rearme y amenazas de independencia ocultan una combinación de sentimientos de amor y de odio.

El nuevo satélite (o potencia menor) funciona con márgenes viables de autonomía, sea Israel, Ucrania o Taiwán, por lo que en lo específico es una prioridad dentro de la política exterior de una potencia global, con quien uno de aquellos guarda a la vez una relación de interdependencia continua. En determinada esfera de los vínculos mutuos, se registran contradicciones entre la potencia mayor y la menor; sin embargo, el nivel de riesgo es reducido, hacia una ruptura total entre las Partes. Las declaraciones de aversión de alguna de las contrapartes poseen límites, evitan llegar demasiado lejos. Si hay desencuentros, tanto la potencia mayor como la menor, buscan la manera de restaurar las influencias recíprocas. Todo da a entender, que este será el hilo conductor que unirá sus intereses de diferente alcance; lo ha venido siendo en las últimas décadas.

Pasemos a las realidades. La Administración de Barack Obama y el cuarteto conformado por Rusia, las Naciones Unidas y la Unión Europea han ejercido fuertes presiones diplomáticas contra el Primer Ministro, el ultraordoxo Benjamín Netanyahu, incluido el jefe de la diplomacia israelí, Avigdor Lieberman, a causa de la construcción de 1.600 colonias en Jerusalén Este. Con tales asentamientos se frustran las esperanzas hacia el establecimiento del Estado Palestino, con Jerusalén Oriental como capital, la tesis que sostiene la comunidad internacional. Es imposible que los nuevos colonos judíos acepten vivir, como minoría, dentro de un eventual Estado Palestino, más cuando consideran a toda la Ciudad Santa “como capital indivisible y eterna de Israel”.

La infiltración de Al Qaeda en Gaza, a través del grupo islamista Ansar al – Suna, así como la radicalización de Hamás, financiada por el Irán, quien cuestiona la corrupción y la debilidad de la Autoridad Palestina en Cisjordania, que encabezada el presidente palestino, Mahmud Abbas, cierra cualquier opción de contener las colonizaciones judías en los territorios palestinos, especialmente al percibir Israel la influencia gradual de los terroristas dentro de la comunidad palestina.

Con estos atestados, la Casa Blanca habrá de dar marcha atrás en sus censuras contra su aliado clave en el Medio Oriente. Asimismo, debe de haber calculado que los representantes y senadores demócratas y republicanos pro-judíos harán peligrar las reformas sanitarias de Obama, en caso de irritar al satélite estadounidense. A decir verdad, las aguas volverán a su cauce, lo que se pondrá al descubierto en la próxima visita de Netanyahu a Washington. Antes de este encuentro, Obama desmintió que haya una crisis entre su país e Israel.

En la asimetría Rusia – Ucrania, ni la antirusa “Revolución Naranja” del 2004 le puso freno a la influencia de Moscú en lo que fue la segunda nación poderosa de la antigua URSS. Por el contrario, Yulia Tymoshenko, la Presidenta ucraniana, derrotada esta vez en las pasadas elecciones, se acercó al Kremlin, a pesar de haber sostenido antes un discurso poco amistoso como candidata presidencial. Era de prever esta conducta de la mujer presidenta, por cuanto su país depende del abastecimiento del gas proveniente de Rusia, además que el gaseoducto ruso atraviesa el territorio ucraniano con tal de proveer de gas a Europa. Así entonces, los intereses entre ambas naciones son gigantescos. Ha habido discrepancias por los aumentos en los precios del gas entre la Gran Rusia y la potencia menor, las que se han resuelto sin mayores incidentes.
Ellos están lejos de producirse, dado que por su parte, Ucrania es uno de los principales proveedores de alimentos de los rusos, “es su canasta de pan”.

La misma “Revolución Naranja” recibió un fuerte golpe en los recientes comicios presidenciales de febrero del año en curso, al triunfar Victor Yanukovich, amigo de Rusia y una de las víctimas de aquella revuelta popular. Lo que quiere decir que las propias contradicciones diplomáticas, en cuenta el probable ingreso de Ucrania a la OTAN, distan de debilitar las sólidas líneas de cooperación existentes entre la gran potencia y el neo-satélite, las que comprenden los ámbitos energéticos y económicos, aparte del legado ideológico y cultural de la asociación política que en su tiempo envolvió las dos naciones excomunistas.

Con todo y las veleidades independentistas de Taiwán, agregadas al respaldo militar de Washington y los complots diplomáticos de Pekín, el peso extraordinario de las relaciones económicas y comerciales, lo mismo que el alto rango de las inversiones de “la isla rebelde” en el sur de la China continental, hacen casi imposible la absoluta disolución corporativa entre la potencia global, que es China Popular y el neo – satélite taiwanés. Ambos países se muestran satisfechos de sus progresos y evoluciones sociales y económicas, de lo cual han sido copartícipes.

Con excepción de las batallas en la década de 1950 en el Estrecho de Taiwán, principalmente en las islas del Quemoy, “la enemistad” entre las dos Chinas se ha enmarcado solo al ámbito de la guerra psicológica. Rara vez, se han registrado escaramuzas militares que pongan en peligro la integridad territorial y seguridad de las Partes, a pesar de los cientos de misiles de la China comunista que apuntan contra Taipei.

Vínculos saludables con la China continental ha originado el regreso al poder del Kuomintang en el 2008 y, en especial, el ascenso de Ma Ying – jeou como Presidente de Taiwán, quien se declara amigo de Pekín. Era de esperarlo, pues los chinos nacionalistas que huyeron del comunismo y se alojaron en la isla de Formosa a partir de 1949 eran de la etnia Han, la mayoritaria en el territorio continental; por eso, la tesis de la reunificación ha ido ganando algún espacio, luego de haberse disipado en los ocho años del mandato del líder independentista Chen Shui – bian.

Dicho lo anterior, se deduce que subyace otra categoría de Estados Nacionales (neo-satélites) que ejercen un relativo predominio en la agenda mundial. En cierto instante, ellos son medidos como fuerza desestabilizadora: el caso de Israel en estos días, o bien como actores de un elevado progreso económico, bien lo ilustran las cooperaciones entre China Popular y Taiwán. Igualmente, por su auge de pequeñas potencias, son capaces de pedir respeto a sus posturas ya definidas en su política exterior, sino es así, que haga el Presidente Luis Ignacio Lula da Silva un recuento de su fallida misión a Israel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario