lunes, 15 de marzo de 2010

Cristianismo e islamismo: historia áspera

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Nigeria, Turquía e Irán descartan la reconciliación, lo mismo que una tolerante convivencia “multicivilizacional” (Ivan Witker). Con lo percibido en esas tres regiones, se esfuman las esperanzas de atenuar “el choque de las civilizaciones”, la hipótesis de Samuel Huntington, que se complementa con su sentencia: “los musulmanes dividen el mundo en dar-el-islam y dar-el-harb; tierra de paz y tierra de guerra”.

Hasta los intentos del psicoanálisis social se tornan inútiles en resolver los traumas políticos de las ocho “Cruzadas” que dejaron huella profunda en tal antagonismo; las expediciones militares de los cristianos de Europa occidental, normalmente a petición del Papa, que comenzaron en 1095 y cuyo objetivo era rescatar Jerusalén y otros lugares santos de peregrinación en Palestina, en el territorio concebido por los cristianos como Tierra Santa, que estaban bajo dominio de los musulmanes.

Más acá la expulsión de los musulmanes de España en los siglos a finales del siglo XV hasta principios del XVll, justamente en tiempos de la Inquisición, lo que agrietó todavía más los resentimientos entre ambas civilizaciones. En la modernidad, los abusos de la colonización europea en el Medio Oriente, concluida a mediados del siglo XX, inclusive, inundó de odio las mentes de los árabes musulmanes, incluida la aversión contra el cristianismo, predominante en Europa. Atrás, en el siglo Vlll, la expansión musulmana por África, iniciada a través de la región del Magreb, arrastraba consigo los mismos negativos ingredientes de la guerra contra las tierras de los infieles.

Más adelante, la influencia de los Mahometanos corre hacia el este y sur del continente africano. Frente a los abusos de los blancos europeos (cristianos), las florecientes naciones negras se sintieron más atraídos por las relaciones comerciales con los países árabes musulmanes del Magreb, antes que con los colonizadores blancos occidentales. El éxito de la difusión del islam en África encontró sentido por el hecho que fueron los países africanos vecinos del Magreb árabe los que aportaron la religión, la que justificaba la progresiva la enemistad contra los colonizadores blancos, acompañados de evangelizadores cristianos. Los mecanismos de contención política y cultural de los europeos impidieron que el Islam se multiplicara excesivamente hacia el sur y el oeste del África, en parte fueron efectivos en retenerla para evitar que se apoderara ampliamente de Nigeria, donde con todo varias tribus han anhelado desde tiempo atrás imponer la Ley Sharia.

Lo que transmite la prensa internacional está concatenado a lo anterior, esto es, el drama de los cristianos en la ciudad de Jos en Nigeria, víctimas de repetidas masacres o limpiezas étnicas practicadas por los musulmanes, con la solapada indiferencia del gobierno. La agudización de las diferencias religiosas y políticas entre los cristianos (los aborígenes) y los musulmanes (colonos) forma parte de las fragmentaciones de la nación nigeriana, próspera en recursos petroleros. Sudán es otro caso vivo del odio religioso, o de la jihad, propiciada allí también por los mahometanos, fenómeno similar que carcome la nación nigeriana, la más poblada del continente negro.

La violencia de los musulmanes africanos contra los cristianos nigerianos y sudaneses es solo el corolario del odio religioso que profesan los mahometanos del mundo contra todo lo que suene a Occidente. A pesar de su naturaleza de confrontación, el rechazo de los islamitas es menor frente a otros religiones nacidas en el Oriente como el budismo y el propio hinduismo, la religión tradicional de la India. Sus baterías las tiene apuntadas contra Occidente e Israel.

De ahí que desde todo punto de vista ha sido positivo el dictamen de un panel del Congreso de los Estados Unidos de América en el sentido de reconocer en estos días como genocidio la masacre de los Otomanos musulmanes contra los armenios cristianos, en medio de la Primera Guerra Mundial; estos expedientes deben revelarse para extraer conclusiones. Principalmente, cuando el gobierno del Primer Ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, de tendencia musulmana y reacio a la aprobación de convenios que favorecen los derechos humanos, ha ido paulatinamente sembrando serias dudas sobre su conducta internacional.

Es un hecho cierto que los sospechosos acercamientos recientes del gobierno turco hacia el Irán y Siria, lo mismo que los ataques verbales contra Israel, le restan también opciones de adherirse a la Unión Europea, lo que Ankara viene negociando desde 2005. No es de extrañar que, hace unos años, un grupo de militares (ahora encarcelados), proclives al Estado secular, tuviera dentro de sus planes el derrocamiento de Erdogan, que una vez había proclamado el odio religioso frente al cristianismo.

El otro capítulo es el Irán, un actor que “desafía el sistema mundial” a causa de la contumacia de sus ambiciones nucleares. Sus conexiones con grupos terroristas como Hezbollah, Hamas (palestino) y organizaciones similares, alcanzaron el suelo de Argentina en la década de 1990, al ser atacados allí intereses judíos, en cuenta la Embajada de Israel. La negación del holocausto judío por parte del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad hiere además la sensibilidad de Occidente. La falsedad de los Ayatolahs llega al extremo de proveer armas a los insurgentes Talibanes en Afganistán, sus enemigos ideológicos, en ellos priva más el odio contra los Estados Unidos de América y la OTAN (occidental y cristiana).

En el mundo islámico (espiritual y político) predominan “elementos perturbadores”, que realimentan los principales ciclos de violencia del nuevo milenio. Resulta iluso que se presagie que Occidente encontrará en las naciones árabes moderadas un mejor porvenir y mayores perspectivas de cooperación, en el que las cuestiones de política estratégica y energética ocupen el orden inferior de las prioridades. Además de ser sociedades estancadas en axiomas y costumbres de la Edad Media, las alianzas con los países del Medio Oriente son frágiles poco confiables. Tómese en cuenta que Al Qaeda terminó mordiéndole las manos a la monarquía absoluta de Arabia Saudita.

1 comentario:

  1. Una reflexión poco objetiva y catastrofista nunca forma parte de la solución a un fonflicto. La convivencia paifica es posible, solo hay que trabajar por la solución del problema en lugar de ser parte de él.

    ResponderEliminar