miércoles, 13 de mayo de 2009

Costa Rica: “la personalización de la política”.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

El principio de la jornada electoral de Costa Rica está poniendo de manifiesto la insuficiencia de sustancia, lo que podría ser una fuente de riesgo, por cuanto le cierra el paso al sistema democrático, en su misión de alcanzar niveles superiores de madurez. Una especie de personalización política (David Rieff, 2009) se percibe cuando los votantes, en contraste con el proyecto o programa de gobierno que está ausente, consumen más una propaganda que los induce a concentrarse primordialmente en las personalidades de los candidatos presidenciales (en el currículum o la biografía), uno de ellos, con el que tendrán que convivir durante cuatro años.

Como parte del juego político, ha prevalecido la tendencia de algunos candidatos de insistir en diferenciarse públicamente de sus contendores para conquistar respaldo, sea a costa de los legados y logros de otras personalidades (gubernamentales), quienes le acompañan en sus aspiraciones, o bien se hace hincapié en la presentación de sus antecedentes personales, marginando información acerca de la capacidad de gobernar de su propio partido político, en cuenta de sus equipos de base, en cuanto a impulsar renovados intereses nacionales, en caso de alcanzar el poder. Toda vez, en cierta medida, da lugar al morbo de pensar en que serán reservados casi todos los resortes del poder para el próximo presidente y su núcleo reducido de asesores.

Este tipo de discurso o modalidad de la vida política, pareciera estar influyendo en la actual campaña política costarricense, en la que es relevante la biografía e imagen de una persona, sobre la cual se crea un político ante la opinión pública, de forma que mediante una hábil propaganda (“yoísta”, moralista o populista) se logre que un mayoritario sector del electorado tienda a desentenderse del supuesto proyecto nacional que tal candidato representa.

El peligro de este fenómeno de personalismo (desviacionista) es la anulación del pensamiento y del enfoque políticos que comporta el abordaje de las justas electorales. Puede que en ello intervengan factores diversos, sean de carácter moral y psicosocial, el carisma (prestigio, audacia, etcétera) y, por supuesto, el juego de las circunstancias históricas, lo que empuja a que la campaña descanse también en las cuestiones operativas en desmedro de la ideología y del análisis profundo de la realidad nacional. Cuando el capitán del barco ignora las cartas de navegación, el barco carece de rumbo.

Asimismo, la acción política surge de visiones doctrinarias compartidas. El ejercicio del poder emerge de un sentido de organización programática y de efectivas estructuras de cuadros de partido de cara a hacer gobierno; no así de las habilidades y operaciones personales de los políticos, los cuales con ese polémico estilo, terminan sintiendo desdén por las estructuras de base partidarias, que les sirvieron de plataforma a sus aspiraciones.

Por eso, los que trabajan en una formación han de tener claro el objetivo de fomentar después la asociación y la participación dentro del gobierno. Este aparato “se ejerce mediante la asignación de responsabilidades según los recursos (y potencial) de un país” (Henry Kissinger, 2009); sobre la base de objetivos y acuerdos precisos dentro del partido y de la negociación con otros partidos; se define entonces el espectro de temas y las prioridades inmediatas y mediatas, como también se rescatan las materias estancadas y se identifican las herramientas idóneas que permitan dar solución a las nuevas complejidades que enfrentan todas las naciones en el Siglo XXl, inaugurado con terrorismo y aceleración del crimen transnacional, la expansión de pandemias, contrariedades en los energéticos y la alimentación, además de la grave recesión de los sistemas económico y financiero globales, puestos en entredicho. Lo que obliga a pensar todavía con amplia perspectiva ideológica, armonizando los intereses nacionales con el contexto y la dinámica internacionales.

A diferencia de décadas pasadas, en el debate electoral se dedicaba suficiente espacio a confrontar las doctrinas que cobijaban las distintas formaciones, tales como la socialdemocracia, el socialcristianismo, al liberalismo clásico o bien al socialismo de izquierda. Ahora esta campaña electoral da cuenta de un ocultamiento de los idearios y los proyectos nacionales de los principales partidos políticos, en la que pareciera primar el grosor del curriculum, el “carrerismo” político o la pequeña política, parámetros que por suerte quedaron desvirtuados finalmente en la escogencia del Presidente de la Asamblea Legislativa el pasado 1 de mayo.

Las referencias a la tradición de los partidos políticos han perdido vigor (y por consiguiente la decadencia del pensamiento doctrinario), como también ha resaltado el clima desfavorable hacia ellos, lo cual para el sistema democrático es imperdonable, en tanto que ellos son las entidades mediadoras entre el Estado y la sociedad civil. Todavía en el periodo electoral anterior no era tan evidente esta anulación de las trayectorias positivas de las formaciones políticas.

Particularmente, el Partido Acción Ciudadana (PAC) había hecho un tipo de discurso en el que combinó el planteamiento de una formación bien sólida, y en ciernes, con el amparo de una figura política inteligente, que en el trasanterior y último proceso electoral había obtenido un notable desempeño. Mientras que en este momento, el PAC busca equilibrar la balanza del poder del líder original, con el auge de otros personalismos, que en verdad están alejados de poseer la clara visión y la cultura política de su líder fundador.

Evitando una derrota mayor en las elecciones del 2002, el Partido Liberación Nacional se atrincheró en los logros históricos de la socialdemocracia criolla, lo cual dio resultados, pues evitó quedar relegado como tercera fuerza política, lo cual hubiera atentado contra su sobrevivencia. Entretanto, el candidato liberacionista pasó a ocupar en dicha confrontación una posición casi marginal, de manera tal que, por parte de los votantes, hubiera mayor identificación con la historia, las fortalezas y las cuantiosas contribuciones de esta formación política en la construcción de la Segunda República.

Del mismo modo en la pasada elección, el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) fue el que se esforzó, con relativos frutos, por retomar la táctica de poner como frente de lucha los orígenes y las conquistas sociales del partido a lo largo de más de sesenta años de su gestación, menos que las destrezas de su propio candidato, ello con el propósito de evitar su extinción del panorama político nacional, en razón de los remezones en el que se vieron involucrados sus principales dirigentes.

En cambio, el Movimiento Libertario pareciera que su extraordinario éxito y capacidad fue apenas flor de un día, cuando alcanzaron una copiosa representación en el Congreso en los pasados comicios. Habiendo expuesto la tesis neoliberal a ultranza de manera consistente, acompañada de posturas y tácticas legislativas disciplinadas y coherentes con su programa doctrinario, ahora es otro decir: le restaron calibre a su interesante propuesta ideológica liberal, a cambio de ofrecer preocupantes señales de incurrir en la técnica de la personalización, resaltando los atributos y el comportamiento ejemplar de su candidato en un caso de corrupción, como dosis para rescatar el caudal electoral que se supone le ha disminuido en esta palestra.

Ni que decir sobre la izquierda costarricense. Allí han tenido alta cuota de responsabilidad las rivalidades y las ambiciones personalistas, que sobrepasan las contradicciones doctrinarias, las que estropean cualquier intento de unidad. Solo es suficiente con observar el desenlace farragoso de dichas organizaciones en su oposición ideológica contra el CAFTA – RD, donde salieron a relucir la atomización y los grupúsculos en manos de líderes desacreditados, quienes han dado al traste con la consolidación de un frente común.

Lo mismo que al repasar la historia costarricense, no sobra señalar que la segunda mitad del siglo XlX así como todo el siglo XX de la vida republicana fueron ciclos politizados, en los que prevalecieron el pensamiento ideológico y los partidos politicos. Específicamente, en la época del florecimiento de la economía del café, la cúpula de la élite social albergó la Ilustración europea y las ideas que dieron lugar a la Independencia de los Estados Unidos de América, como también el liberalismo, la masonería y la ideología del progreso “en su versión capitalista y positivista” (Iván Molina y Steven Palmer, 1997). En la otra acera de enfrente, los campesinos y artesanos se adherían a identidades locales, en lo cual sobresalió el protagonismo del clero católico quien se decidió a fundar en 1891 (Carlos Monge Alfaro, 1982) una organización política, la cual enfrentó a los liberales cafetaleros: el Partido Unión Católica, impulsado por Monseñor Bernardo Augusto Thiel, que años antes fue expulsado por los políticos liberales anticlericales. Antes se citó la resonancia en el Siglo XX del pensamiento social de la Iglesia Católica, las doctrinas social cristiana y social demócrata, al igual que el comunismo criollo en la edificación de la sociedad moderna costarricense.

Creo que los partidos políticos deben regresar a la ideología, al plan de las ideas, porque sobre ello es donde funcionan adecuadamente las naciones. Cierto que el mejor exponente a nivel mundial del estilo de la personalización de la política es Barack Obama, sin embargo, hay que reconocer que él se apegó también a la política de pensamiento y al plan programático de un Partido Demócrata reestructurado, planteando a la vez un ideario reformista convincente, el que al final cautivó la atención de la mayoría de los ciudadanos estadounidenses.

Con toda razón, el gran Daniel Oduber trató de prevenir que su partido se convirtiera solo en una maquinaria electoral, ayuna de pensamiento y carente de programas de educación y capacitación de las bases partidaristas. Oduber fue consciente de que al descansar el proceso electoral en la imagen personal del líder, los resultados esperados son de futuro incierto, ya en el ejercicio del poder; porque eso era darle cabida a la centralización personalista, la demagogia y la ineficacia, lo cual hace perder credibilidad a cualquier Presidente de la República, se reduce la ilusión por la democracia, se fragmentan los partidos políticos a causa de la falta de oportunidades de maniobra de los colaboradores y de la estructura de cuadros partidarios.

Por hoy prefiero abstenerme de hacer comentarios adicionales, porque me vienen a la mente aquellos eventos dolorosos que Costa Rica experimentó hace exactamente tres décadas, cuando un Presidente, de buena fe, dotado y carismático, cometió los errores típicos del personalismo, por lo que posteriormente su propio partido y el país tuvieron que pagar costos políticos extremadamente elevados.

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