martes, 12 de mayo de 2009

Breve ensayo sobre: “La insoportable levedad del derecho internacional”, del autor: Walter Antillón Montealegre.

Por: Jorge Umaña Vargas/Internacionalista.

Pocas veces se reflexiona sobre la importancia (o no) de un Derecho Internacional como esperanza para lograr una mayor igualdad entre los distintos pueblos del orbe; es precisamente bajo esta justificación donde trabajos como el realizado por el Profesor Walter Antillón, cobran una trascendencia cardinal. Su exposición es clara, y en la mayoría de sus argumentos, lo respaldan los hechos[1].

Se debe recordar que la convivencia entre el ser humano ha sido conflictiva desde sus orígenes. Los grandes teóricos del Estado, como Thomas Hobbes (y su Leviatán) o John Locke (y su Sociedad Civil)[2], si bien tenían sus divergencias, la gran mayoría concordaba en que el Estado era una alternativa para organizar a las poblaciones y ofrecerles relaciones más pacíficas, ante las dificultades que suscitaba el trato entre iguales, por medio de un representante que obtenía ciertos poderes por consentimiento mismo de sus pobladores. Es decir, se renunciaba a ciertos derechos individuales, con el fin de vivir mejor en un contexto de sociedad.

Siguiendo esta línea, la idea es que si una persona pudiera vivir aislada estaría en mejores condiciones, mas al existir otras personas que desean beneficios que se obtendrían reduciendo los propios, un contrato social es necesario que regule esas relaciones, pues ambas partes entienden que llegando a acuerdos una con la otra vivirían, no mejor que solos, pero sí que si coexistiesen en escenarios conflictivos.

De esta manera, surgen tratados (constituciones, acuerdos, pactos, convenios, o cualquier otro nombre), las poblaciones se agrupan de acuerdo a condiciones afines y, poco a poco se va gestando lo que ahora se reconoce son Estado-Naciones[3]. Una vez formadas éstas, la misma historia se repite no entre individuos, sino ahora entre estados. Los escogidos para administrar la justicia de sus conciudadanos, poco a poco fueron abusando de sus prerrogativas las cuales, concuerdo con el autor, han dado forma a “soluciones pensadas a conveniencia del depredador (…) siempre en manos del lobo, sin oír nunca el parecer de las ovejas”[4].

El autor mismo, desde el inicio de su artículo, nos remonta al Tratado de Westfalia en 1648, afirmando que no fue otra cosa que “un convenio entre reyes”[5]. La historia según la expone el autor, muestra cómo los más fuertes[6] van creando las condiciones para articular las leyes (lo que más adelante fue aceptándose como Derecho Internacional) a su conveniencia.

Todo lo anterior podría, en alguna manera, explicar por qué en el contexto actual los Estados Unidos (EEUU), a pesar del repudio internacional a sus actos cometidos, no ha enfrentado consecuencias (más allá de las lógicas por su accionar mal calculado- la crisis financiera, como ejemplo) por sus atropellos internacionales. Cuando se crea a mediados del siglo pasado la Organización de Naciones Unidas (ONU), y todo lo que ello implicaba, los EEUU siguieron el mismo patrón histórico expuesto anteriormente: crearon las reglas en función de sus conveniencias[7].

En ese mismo sentido, cabe recalcar junto con el profesor Antillón que: “el derecho internacional ha logrado a veces algunos buenos resultados en los casos que afectan exclusivamente los intereses de países pequeños, pero ha fallado constante y repetidamente en los asuntos en que están involucrados los intereses de los poderosos de la Tierra”[8].

Una vez identificado el flagelo, lo que aún no se ha definido es la solución (suele suceder que se identifica el problema pero nunca se proponen medidas). El papel de la democracia va a ser fundamental para dar una solución real a lo que acontece. Una democracia que debe ejercitarse de modo creciente por los ciudadanos, que debe abanderar a los habitantes del mundo en aras de las causas contra la corrupción, el abuso y la prepotencia en las relaciones humanas, en la medida en que el acceso a la información y la rendición de cuentas sea también democrático y accesible para todos. Por último, una democracia que se traslade a las altas esferas internacionales, que a empujones de los pueblos, se escuchen las voces de los más necesitados, sólo así la historia (que se ha repetido una y otra vez) cambiará.

El profesor Antillón expresa su preocupación cuando señala que “seguimos, en pleno siglo XXI, sometidos a la corrupción del poder desnudo: los políticos se inclinan por cálculo o complicidad; la ONU calla avergonzada, impotente”[9]; entonces, a través de la opinión pública, recetémosle su pastilla azul.

[1] A pesar de que el texto se publica en el 2005, hoy, año 2009, sus argumentos tiene validez y corroboran muchas de las ideas del autor.
[2] Entre muchísimos otros que aportaron grandemente al tema.
[3] Que, paradójicamente, no existe consenso entre los expertos sobre su definición.
[4] Antillón Montealegre, Walter. Artículo: “La insoportable levedad del derecho internacional” En: Revista de Ciencias Jurídicas. Número 108. Septiembre- diciembre 2005. Universidad de Costa Rica. Colegio de Abogados de Costa Rica. Litografía e Imprenta LIL, S.A. San José de Costa Rica. Pág. 73.
[5] Antillón Montealegre, Walter. Ibíd. Pág. 73.
[6] En este grupo se incluye a las personas que ostentan el poder en materia económica, política, ideológico- religiosa, y el monopolio de la información.
[7] Es importante recordar que después de la II Guerra Mundial, y ayudado por el hecho de que las batallas nunca se desarrollaron en sus territorios, EEUU fue el gran ganador de tal acontecimiento bélico.
[8] Antillón Montealegre, Walter. Ibíd. Pág. 90.
[9] Antillón Montealegre, Walter. Ibíd. Pág. 92. Énfasis agregado.

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