lunes, 18 de mayo de 2009

Paraguay y Guatemala con mandatarios sin credibilidad.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

A continuación dos experiencias para meditar.

En una sociedad con una tradición represiva y vertical como el Paraguay,la mujer es la de los sectores que mayormente ha sido víctima del rezago cultural, discriminación y desprotección legal, lo cual trasciende incluso al ámbito del trabajo. De ahí, las batallas intensas de las organizaciones feministas por aumentar las oportunidades de participación política y civil; y, en especial, las referidas con la búsqueda de derechos (casi inexistentes) a favor de las mujeres en situación de embarazo y en la etapa de amamantamiento, las que, al mismo tiempo, forman parte de la población económicamente activa.

Según diferentes estudios hechos en esa nación suramericana, la posición desventajosa de la mujer se agrava en el medio rural, en el que dicho sector constituye una clara mayoría de la población analfabeta y donde la mitad de las madres son solteras y jefas de hogar. Por lo captado a través de las imágenes difundidas por la prensa internacional, las mujeres que hasta ahora se decidieron a plantear reclamos judiciales de paternidad y de manutención de los niños contra el presidente del Paraguay, Fernando Lugo, sacerdote y ex obispo católico, entran en dicha condición de marginalidad.

Relatan los despachos noticiosos que una de ellas, además de ser bastante joven, reside justamente en el empobrecido departamento de San Pedro. Es decir, el afamado presidente ha actuado como el típico hombre machista que evade las obligaciones biológicas y morales de alimentar y asistir a sus vástagos, dicho sea de paso, una conducta permisiva en América Latina, aunque criminal. Los ocultó y los abandonó, y con el descaro de los políticos de su linaje, no escatimó esfuerzos para presentarse como candidato a la presidencia de su país. La alcanzó, abanderando la tesis del “progresismo” social y exponiéndose como paladín contra la corrupción, en un país en el cual ese virus contagioso ha socavado dramáticamente las bases institucionales del Estado y su estructura civil. Muestra de ello, es el anatema que arrastra el comportamiento ambiguo de ese presidente, que atenta contra la dignidad de la mujer y la doctrina de su propio credo religioso.

Con tal nivel de consciencia y de desapego a la verdad, tampoco es de extrañar que las bases sociales del partido político que en las elecciones respaldaron a Lugo, lo acusen ahora de mentiroso y de presidir “un gobierno fallido”, el cual procede en vía contraria a lo comprometido en la campaña “populista” que lo llevó a la máxima jerarquía de la República. “Cosas veredes, amigo Sancho”.

Otra lección. Cerca de aquí nos damos cuenta de esta oscura historia: el apocalipsis en Guatemala. Allí al parecer es indiferente la vida o la muerte, por eso el crimen organizado ha construido un “Estado paralelo”, superando en recursos y en capacidad de movilización al Estado formal y ficticio. Éste tan incapaz por centenas de años de vencer la impunidad, la violencia, la discriminación racial y la pobreza irreversible.

Complejidades todas ellas, que hasta él mismo Estado se ha encargado de tutelarlas, sea desde los primeros años de la independencia, pasando por Estrada Cabrera y Ubico y el séquito de dictadores militares, entre los insólitos Peralta Azurdia, Arana Osorio y Ríos Montt, empleados de la oligarquía criolla y la de acento europeo, que otrora, junto con la antigua guerrilla procubana-soviética imperialista, y en estos años con los capos, han causado “un politicidio” (concepto inventado por el sociólogo judío Baruch Kimmerling), equivalente “a la destrucción de la nación”; esta vez a punto de tocarle el turno a Guatemala, merecedora de otro destino, dados sus encantos pluriétnicos y culturales, además del majestuoso manto de su eterna primavera.

Más de 6000 homicidios hubo en el 2008 en ese país centroamericano. En tal “paraíso del crimen y la impunidad” hay protagonistas de diferente extracción social: desde las maras compuestas por los “pobres diablos”, o aquellas maras de “cuello blanco”, esta última metida en una canasta en la que posan una gama de empresarios, militares de rango superior y políticos amorales, a los cuales pronto se les sumarán (oficialmente) como cabeza visible, los cárteles del narcotráfico mexicano.

Guatemala está gobernada por Álvaro Colom, un sacerdote maya (el líder del Paraguay es sacerdote católico), el mismo que hace unos días le pidió perdón al tirano Fidel Castro por el involucramiento de su país en la incursión a la bahía Cochinos. Palabras odiosas y humillantes contra las sufridas familias de los guatemaltecos caídos en la pasada guerra genocida, en la cual tuvo amplia injerencia el eje criminal cubano- soviético.

Colom ha copiado el método de conducción de gobierno, impuesto por la pareja Ortega – Murillo en Nicaragua, por lo eficaz que resulta controlar los hilos del poder y en lo que significa prevenir los repartos indecibles de las piñatas, el blanco predilecto de los bandidos en la política: de los tantos que acusa su desacreditada administración, cuyos ingeniosos allegados, escasamente se inmutaron en tratar de silenciar y mandar a asesinar luego al ilustre abogado Rodrigo Rosenberg, quien investigaba el atroz homicidio de Khalil Musa y su hija Marjorie Musa.

Frente a la impunidad que allí reina, parecieran ser redundantes las pruebas concluyentes. Un presidente que atrae criminales es tan culpable como los mismos criminales, por lo tanto Colom merece, como mínimo, una estricta condena moral. El financiamiento de su campaña electoral estuvo rubricada por individuos de dudosa reputación, lo que siguió han sido los pagos de favores en licitaciones, contrataciones y nombramientos sigilosos en Banrural, lo que suponía después crónicas de muertes anunciadas, ya que ese Banco está copado por mafias.

En primera instancia, lo que corresponde es la separación momentánea del presidente Álvaro Colom, mientras se desarrollan las investigaciones de la Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIG), que de seguro serán tortuosas. Y por otra parte, que la Organización de los Estados Americanos mantenga en minuciosa observación a Guatemala, de suerte tal que deba impedir el ascenso al poder de los grupos antidemocráticos y represivos, tan de ingrata memoria.


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