lunes, 25 de mayo de 2009

Poblaciones humanas sin Estados propios.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo

La guerra de Sri Lanka enfrentó por más de 25 años a la mayoría cingalesa (allí originaria y budista) con la minoría tamil - hinduista, de inmigración más reciente y en un principio con mayor educación para el trabajo en las plantaciones de café y té - trasladada esta última del sur de la India a la isla de Ceilán por los británicos colonialistas. Los tamiles se asentaron en el noreste de la isla y con el tiempo retrocedieron a los niveles sociales inferiores, más cuando los cingaleses los obligaron a adoptar su idioma y a negarles un mínimo de autonomía, a pesar de los intentos fallidos de los acuerdos de paz para reducir las tirantes confrontaciones.

Los acontecimientos bélicos de esa isla del sur de Asia, es un reflejo del padecimiento de múltiples conglomerados nacionales o bien de aquellos grupos étnicos que carecen de Estado propio, a pesar de habitar en la tierra que adoptaron. Esto en verdad se ha transformado continuamente en un detonante de tensiones políticas y sociales. Luego como punto culminante explotan en gravísimas guerras violentas, lo mismo que dan cabida a la delincuencia, arrastrando verdaderas crisis humanitarias, miseria, epidemias, éxodos de refugiados, exilios forzados y emigraciones en masa, entre otras calamidades; en cuenta la reaparición de tendencias nacionalistas y racistas de extrema derecha en especial en los países europeos que por lo general son receptores de migrantes provenientes de esas comunidades nacionales, situadas en su mayoría en Asia y África .

Al dejarse a la deriva tales conflictos o al desatenderse irresponsablemente, el dramatismo que experimentan dichos grupos humanos resurge de manera súbita o puede ser que su acentuación sea por aproximación sucesiva, en razón de la acumulación de acontecimientos históricos casi que irremediables, los cuales se remontan a milenios o centenas de años.

Considerados, frecuentemente, en su propia tierra natal o adoptiva como grupos sociales inferiores, por ser también socialmente insolventes y postergados, tampoco son reconocidos en sus territorios como minorías sociales, dado que para el poder dominante representan un peligro y amenaza sus exigencias por el restablecimiento de autonomía o en su lugar la independencia nacional, como también al demandar respeto a su identidad y a sus libertades políticas, culturales, religiosas y lingüísticas.

Conforme evolucionan los conflictos se comienzan a tejer universos cercenados por un odio cultural o étnico irreconciliable, atizados algunos de ellos, por motivaciones geopolíticas y geoeconómicas, sea por la protección de materias primas estratégicas y por la seguridad de rutas comerciales; toda vez que alientan el recurso extremo de acudirse a soluciones militares, como en el caso particular de Sri Lanka, las que apenas son paliativos o soluciones aparentes, pues las raíces sociales y culturales profundas seguirán latentes y volverán a estallar.

La incapacidad por parte de los gobiernos y los protagonistas directos de ceder y buscar el bien común y el equilibrio, se transforma inequívocamente en el principal obstáculo que impide la aplicación de fórmulas civilizadas que coadyuven a la pacificación. En Sri Lanka hay que abonarle a la comunidad internacional el abandono e indiferencia frente a dicha disputa, con la excepción de la India y posteriormente Noruega que se comprometieron a servir en algunos instantes como mediadores. Sin la cooperación de estas dos naciones la tragedia pudo haber empeorado.

Antagonismos similares a los de Sri Lanka, se escenifican en otras zonas de conflicto: los palestinos y los israelíes que se descalifican mutuamente en el Medio Oriente, una disputa repleta de acuerdos políticos y diplomáticos incumplidos. Los Kurdos son objeto de represalias y humillaciones por parte de Turquía y, hace casi dos décadas, Saddam Hussein trató de exterminarlos. La patética realidad de los habitantes del Kosovo es un vivo ejemplo de negación de su independencia por parte de Belgrado. La cruda realidad de los chechenos en el Cáucaso, cuyos levantamientos por lograr la autonomía, fueron sofocados con excesiva dureza por la Rusia de Putin. En el Asia se localiza el Tíbet, una nación mancillada por la represiva China Popular, quien al mismo tiempo lleva a cabo una guerra política contra el pueblo de Taiwán, negándole su independencia como nación.

Lo mismo se puede decir del rechazo contra las poblaciones del sur y occidente del Sudán africano, las que se resisten a la islamización árabe impulsada por el genocida Omar al-Bashir, quien rechaza por consiguiente la autonomía de los habitantes no árabes de Darfur. Las luchas de poder y los consabidos etnocidios entre hutus y tutsis en Ruanda, dos grupos étnicos que se profesan un odio sin límites, obligados a refugiarse en naciones vecinas, tan violentas como su patria.

Tampoco hay que ir tan lejos. Producto de la guerra fronteriza entre El Salvador y Honduras en 1969 quedaron en condición de apátridas centenas de personas, especialmente campesinos salvadoreños que hubieron ocupado tierras hondureñas. Y se pueden ir relatando múltiples sociedades humanas que carecen de arraigo jurisdiccional o, lo que es igual, de territorios debidamente demarcados. Mientras que en el extremo opuesto sobresalen microestados apenas con mínimo de territorio, con poquísima población y ninguna materia prima relevante, pero que tienen rentas per cápita bastante elevadas, citense Mónaco, Liechtenstein, Gibraltar, Singapur, etc.

Esta vieja complicación de los grupos nacionales y étnicos sin Estado acarrea el peligro de que sean atraídas las organizaciones terroristas y se abra el portillo a los movimientos extremistas e intransigentes en los escenarios de las conflagraciones (como sucedió con los Tamiles en Sri Lanka forzados a aprender el idioma cingalés), quienes se aprovechan de la violencia y de las frustraciones de tales nacionalidades, se desacreditan las vías de negociación, por lo que las hostilidades se transforman repentinamente en potenciales riesgos y amenazas transfronterizas; por eso se produjo el asesinato de Rajiv Gandhi, el presidente de la India.

Asimismo y como se ha repetido en otros hechos bélicos, las potencias mundiales y regionales aprovechan las circunstancias de la violencia para efectuar sus propios cálculos. De ello ha sido testigo el Medio Oriente y aquellas zonas de tensión africanas, máxime si existe como transfondo la protección de recursos energéticos estratégicos. De este modo, se puede visualizar las montañas del Kurdistán de donde se proveen de petróleo Turquía, Siria, Irán y hasta el propio Irak. Del Sudán y el Chad, y de otras naciones africanas en conflicto, se sabe que de allí Occidente y la China Popular se suplen de recursos energéticos vitales para el desarrollo de sus economías e industrias de alta tecnología. Por su parte, los fosfatos de las tierras de los saharauis son la ambición de los marroquíes, por eso dicha etnia ha visto frustradas sus aspiraciones de adoptar un Estado independiente.

Así entonces, hay que dejar de sorprenderse por que el gobierno cingalés de Sri Lanka haya logrado aplastar con facilidad, en estos meses, la guerrilla de los Tigres Tamiles, pues es conocido que la China Popular dotó al gobierno de una flota de aviones modernos para los bombardeos, a cambio de que ese gobierno le permitiera construir en su territorio un puerto en el Océano Índico, a efecto de proteger sus barcos mercantes. Si no hubiera sido por ese trueque, la guerra que llevaba más de 25 años se hubiera prolongado.

En cambio en Ruanda había poco que perder. De ahí el atraso de Occidente y de la propia Organización de las Naciones Unidas en intervenir en los genocidios fabricados por hutus y tutsis, en otras palabras, porque en la nación ruandesa hay ausencia de energéticos estratégicos para las potencias regionales y globales.

Desafortunadamente cada cuestión conflictiva de éstas, que conlleva inseguridad e inestabilidad internacional, es abordada casuísticamente y de forma aislada por la Organización de las Naciones Unidas y por las demás organizaciones relacionadas con el derecho humanitario, cuando es de suponer que lo correcto sería encontrar una fórmula realista acorde con el derecho internacional, a fin de resolver de manera unificada e integral la precaria condición de todas esas comunidades o etnias en desarraigo, así como se hizo en décadas pasadas para condenar y poner fin al colonialismo en África y Asia. Tal vez estoy hablando de utopías, al prescindir de aquella lección que dice que son bien poderosos los intereses creados en las relaciones internacionales.

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