lunes, 16 de noviembre de 2009

Alternativas de solución para prevenir el crimen.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

La inseguridad ciudadana plantea profundas consecuencias éticas, psicológicas y culturales, lo que obliga a centrarse en cómo las distintas instituciones públicas y áreas del conocimiento pueden conjugarse para explorar las causas del fenómeno, identificar el problema verdadero, así como en medir los múltiples efectos sociales que se correlacionan con el reciente indicador de criminalidad, expuesto en este mes por el Estado de la Nación, el cual apunta en que se alcanzó la cifra de 11 homicidios por cada cien mil habitantes en Costa Rica.

Con base en lo demostrado por dicho indicador, además de lo que reflejan otros países latinoamericanos en cuestiones de creciente criminalidad, cabe inferir que todavía las cifras de los homicidios se ubican en niveles “controlables” de riesgo, es decir, falta demasiado para llegar a niveles patológicos, menos a equipararlas con grados preocupantes, que hagan suponer una fase de descomposición de la sociedad costarricense, como sí viene a suceder en el resto de Centroamérica, valorada como una de las regiones violentas del planeta.

La cantidad de homicidios pasó de 8 a 11 por cada cien mil personas. Antes del 2007 eran como máximo 5 por la misma cantidad de gente. Lo que significaba que la criminalidad se hallaba en los registros de normalidad histórica. Principalmente, el ascenso del crimen en las provincias de Limón y San José, en cuenta los asesinatos contra los propios delincuentes, son los casos que han movido los números.

Hasta ahora los argumentos de los partidos políticos en abordar la cuestión de la seguridad ciudadana son insuficientes, han privado las intervenciones de carácter institucional y funcionalistas, a saber, el énfasis en las acciones o los mecanismos judiciales, legales y policiales, cuando en verdad ello representan soluciones a medias. Sin convencer, por ahí se asoma lo tocante a la prevención primaria, a sabiendas de que ésta es incapaz de llegar a las raíces del origen del delito, o a dar respuesta a la interrogante de si en realidad son los deterioros en el ser y la identidad nacional (la sociedad ideológica), lo que ha comenzado a elevar los índices de criminalidad.

En décadas pasadas, la población en general manifestaba poseer menores ingresos, con todo y ello casi nadie perdía su vida a causa de un crimen. Mientras que en estos años, el índice de pobreza ha decrecido, la movilidad y el sistema de protección social han evolucionado de manera favorable, la criminalidad corre en dirección opuesta, en medio de una sociedad que prospera y abre oportunidades a todos los ciudadanos, en especial a la juventud. Esto quiere decir que el asunto de la desigualdad social ha ido perdiendo vigor como el principal factor que incide en la delincuencia.

La hipótesis que comienza a ser tomada con seriedad ante el incremento de la delincuencia, reside en la vulnerabilidad a que están sometidos los fundamentos de la convivencia humana que modelaron la cultura y las costumbres nacionales: el fenómeno precedido por el esquema de desarrollo económico, elegido a partir de la década de 1980, cuando este país decide integrar su economía al proceso de la globalización de los mercados internacionales. Al tiempo que esto último propició la estandarización global de valores (o antivalores), mediante un ilimitado peso mediático y publicitario, inculcados subliminalmente, en especial a la gente del mundo occidental.

Los nuevos dioses: el poder, el dinero, el consumismo desenfrenado, el culto a la violencia, las corrientes como el relativismo moral, así como el hedonismo permisivo, contribuyen a hacer mayormente complejo la sofisticación del delito y la criminalidad, además de que se internacionalizan. Todo ello se entrelaza, al extremo de permear las psicologías y los sistemas de valores nacionales, contra lo cual las familias, las instituciones educativas y los restantes componentes de la sociedad ideológica ponen de relieve su debilidad.

Tampoco es que a través de tal hipótesis de trabajo sea menospreciada esta nueva era de las interconexiones culturales, aceleradas por las tecnologías de la información y el perfeccionamiento de los medios de transporte, responsables de haber empequeñecido la Tierra. Lo cuestionado es la basura de la que el crimen se alimenta, la producida, a manera de escuela, por tales poderosos recursos electrónicos o aparatos de difusión, que ponen en una posición precaria la dignidad y la integridad del ser humano.

A decir verdad, sería conveniente retomar los fallidos proyectos de ley que, en su momento, formularon el presidente Daniel Oduber y Carmen Naranjo, Ministra de Cultura, Juventud y Deportes, con los cuales se intentaba, bajo criterios interdisciplinarios, poner límites a la difusión de ciertos programas televisivos y radiales (abusivos), que deforman la consciencia de la ciudadanía, los que sin lugar a dudas promueven la violencia y la criminalidad; de ser así, no estaríamos rasgándonos las vestiduras, acariciando imprudentemente la ley del Talión.

1 comentario:

  1. bueno no esta interesante, y no me aporta nada de culturisacion pero pero no es nada.
    XD

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