lunes, 2 de noviembre de 2009

Dos casos de virajes en la política latinoamericana.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Treinta años atrás América Latina era controlada por gobiernos autoritarios. A pesar del reciente “campanazo” en Honduras, el último fraude en los comicios regionales de Nicaragua y el ascenso de “un rey” en Venezuela, la región posee un mejor panorama político que en aquel entonces.

En países como El Salvador y el Uruguay, la derecha ultraconservadora y la izquierda intransigente han puesto de relieve ciertas tendencias que conducen a la sensatez, lo cual representa un alivio para el desarrollo democrático de la región. Si bien están lejos de ser cumplidos los objetivos de fortalecer la seguridad ciudadana, así como reducir la inequidad social, consecuencia de las desigualdades estructurales, lo mismo que la contención de los gastos militares.

Los resultados de los comicios generales en el Uruguay celebrados en octubre pasado, “reflejan una sociedad polarizada, pero no enemistada” (Ignacio Coló, 2009).

Tampoco es percibido como un país amenazado por las Fuerzas Armadas, de manera tal que se pensara en que dicha institución pudiera atreverse a interrumpir un eventual triunfo del candidato izquierdista y exguerrillero tupamaro José “el Pepe” Mujica, ganador en la primera ronda con el oficialista Partido Frente Amplio, que por cierto llevó a la presidencia en el 2004 al exitoso Tabaré Vázquez.

La derecha tradicional, ahora encabezada por el expresidentes Luis Lacalle, tampoco está apegada al neoliberalismo económico a ultranza de la década de 1980 y 1990. Por el contrario, se negó a atacar en esta campaña los positivos indicadores sociales del gobierno de Vázquez, cuyo programa político y realizaciones gubernamentales están volcados al pensamiento socialdemócrata europeizante.

En realidad, esa doctrina es compatible con la historia uruguaya. Desde principios del Siglo XX, la nación charrúa construyó el esquema de Estado protector, el que sentó las bases de la modernización social; lo que significó el establecimiento de una clase media fuerte, como también el comienzo de la industria orientada hacia el consumo interno, acompañada del incremento de la productividad del sector agropecuario.

Dicho legado lo ha reconstruido Vázquez y el Frente Amplio; de ahí que sea irreversible para Mujica, quien por demás estuvo a punto de conquistar la presidencia en la primera ronda. Las posturas moderadas que lo distinguieron, más la compañía de Danilo Astori como el candidato a vicepresidente, un economista que favorece las tesis de los mercados abiertos y los acuerdos comerciales del Uruguay con los Estados Unidos de América, hicieron reducir las incertidumbres de radicalización, que rodeaban antes la figura del candidato extupamaro y senador.

El Frente Amplio se ha ido transformando en centroizquierda; las alternativas de derecha representadas por el Partido Nacional y el Partido Colorado, se vienen transformando en centroderecha (Ignacio Coló). A veces pareciera ser débil la línea divisoria entre esa nueva derecha y la izquierda reformada uruguayas. Lo puede atestiguar el propio Presidente, quien salió casi ileso de las disputas electorales, particularmente por su orientación racional de la política macroeconómica.

Apenas hubo de ser cuestionado por la oposición por sus tesis a favor del polémico MERCOSUR. De todo esto se infiere, que el culto Uruguay será incapaz de buscar alianzas con el bloque de la izquierda anacrónica (el ALBA), aún en un segundo y consecutivo eventual gobierno del Frente Amplio, quien ha abandonado las recetas dogmáticas del socialismo de la revolución cubana.

Por lo visto “el fenómeno charrúa” ha permeado también la política en El Salvador, pues allí la derecha atraviesa “horas bajas”, sobre todo con la escisión de 12 de los 32 diputados del ultraderechista Partido Arena, que en estos días hicieron casa aparte.

Incluso pactaron con el izquierdista Partido FMLN la futura conformación del directorio del Congreso de la República (Juan José Dalton,2009); al igual, los disidentes se han puesto de acuerdo con la bancada ex insurgente en otras resoluciones que benefician al gobierno de Mauricio Funes.

La otrora monolítica Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), la fundó el militar Roberto D'Aubuisson, acusado nacional e internacionalmente de haber organizado los temidos escuadrones de la muerte y de ordenar el asesinato en 1980 del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero. Asimismo, gobernó durante veinte años con “mano dura en el terreno político y social”. Dicha formación fue una de las principales exponentes del "neoliberalismo ortodoxo" en el continente, tras las privatizaciones, la desmedida apertura comercial y la dolarización nacional.

A la extrema derecha salvadoreña (y centroamericana) le ha sido difícil digerir el fracaso electoral del pasado 15 de marzo, que condujo al poder al Presidente Funes que encabezó la papeleta del FMLN, su rival acérrimo. Esta vez, la conciliación pareciera estar muy distante, porque el grupo desertor, que atrae más adeptos, había comenzado a replicar las posiciones férreas del liderazgo tradicional de su partido, en especial las de Alfredo Cristiani, expresidente y banquero. Es decir, en el seno de ARENA surgió un bloque de centro derecha, encaminado a la moderación, el cual intenta refundar un partido, que sea menos autoritario, más democrático y amplio (Alberto Arene, 2009).

Por otra parte, el Presidente Mauricio Funes tampoco las tiene todas consigo. El grupo intrasigente del FMLN le cobra su acercamiento con la empresa privada local, un sector económico que está actuando con pragmatismo frente al nuevo Gobierno de izquierda, quien está gobernando de forma sopesada, evitando alianzas políticas en el extranjero (por ejemplo con el ALBA) y trabajando con relativa independencia del FMLN. Tanto es así, que Funes ha reprobado el discurso antiestadounidense de su Vicepresidente Salvador Sánchez, representante de la línea dura. La que además se opone a que sea empleada la institución del Ejército, para que refuerce la Policía Nacional en las misiones contra la delincuencia y el crimen organizado.

El Uruguay y El Salvador ponen de manifiesto en que sí es posible inyectar a la política latinoamericana dosis de realismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario