lunes, 23 de agosto de 2010

La política exterior con múltiples dimensiones, caminando al brazo de la tecnología.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Sin desentenderse de las problemáticas de la agenda global, tales como los retrocesos
en los derechos humanos, la reaparición de zonas de conflicto regionales, el deterioro
ecológico, las pronunciadas desigualdades económicas, así como la inestabilidad del
sistema financiero; las pequeñas economías desarrolladas, como el caso particular de
Costa Rica, que se empeña en mejorar su competitividad, deben desplegar sus máximos
esfuerzos en aprovechar todas las oportunidades que ofrece el entorno científico y
económico.

De ahí que sea conveniente examinar los contenidos de la política exterior nacional.
Este cometido trae consigo afinar las estrategias y las prioridades en aras de lograr
la más óptima vinculación con los cambios innumerables, experimentados en el mundo.
Lo que quiere decir que la lectura correcta de la evolución de la humanidad, es una
tarea que corresponde a las distintas ramas del saber, en cuenta la actividad de las
relaciones exteriores, las que se sienten comprometidas en esta época a lanzarse a la
búsqueda de mayor conocimiento, como también a innovarse, a través de la creación de
agendas bien pensadas, por la puesta en práctica de herramientas renovadas, tal que
la comunidad y Estados saquen provecho de los beneficios que las interconexiones entre
naciones depara.

Ninguna actividad humana puede estacionarse en el Olimpo, razón por la cual tampoco
puede perder de vista su sentido de aplicabilidad, su misión de transformar la
sociedad, agregando valor social, habida consideración de que está llamada a generar
productos, sean ideas o cosas tangibles.

Los japoneses, los coreanos y los taiwaneses, entre otras culturas, ofrecen singulares
ejemplos “de pensar en grande”, mediante el enfoque de relaciones exteriores
aplicadas. Es bastante común observar a sus diplomáticos, científicos y funcionarios
públicos escudriñar los avances que perciben de los países adonde se dirigen.
Concurren a las universidades para conversar con sus colegas; toman fotografías sobre
las novedades que captan su atención; asisten a los diferentes foros que se organizan;
estudian la historia y los acontecimientos cotidianos del país. En otras palabras,
aprenden de los desarrollos que registran otros pueblos que repuntan o que son más
avanzados que ellos.

Luego deciden abocarse a la tarea de reportar los hallazgos explorados, lo cual será
sometido a examen, en la medida que serán susceptibles de generar permanentes
revoluciones científicas en sus propios países. Entusiasmados por el conocimiento y
la tecnología, los asiáticos hicieron grandes sacrificios por enviar a los jóvenes a
las universidades europeas y estadounidenses a capacitarse, para después regresar a
sus territorios de origen a enseñar lo aprendido en el extranjero.

Fue así como el Lejano Oriente dio la bienvenida a la ciencia aeroespacial, la alta
tecnología, las estructuras de la ingeniería occidental, los conceptos de gerencia y
metodologías sobre reconstrucción de mercados, de forma tal que ellos lograron superar
a un ritmo extraordinario sus economías atrasadas, las cuales dependían décadas atrás
de la producción agrícola rudimentaria.

Todo ello implica en las sociedades, un cambio sustancial en la cultura, la ética y
valores nacionales, en el sistema educativo y, en especial, la visión de la que se
alimente la administración pública y el sector privado. Estas concebidas como
instrumentos de cambio en el proceso de la inserción de determinado país en la aldea
global (Manuel Formoso), al abrigar el conocimiento y productos de última generación,
como lo emprendieron los países del Asia Pacífico, además de Australia, la India y
Nueva Zelanda, quienes consolidaron un acuerdo nacional en esta dirección, lo cual les
ha permitido integrar sus economías a la revolución del siglo XXl.

Costa Rica ha dado pasos agigantados, sin embargo, hay que realizar labor mayúscula.
Estas lecciones las comprendió y aplicó el Presidente José María Figueres Olsen (1994 ¬
1998), al atraer un segmento de las operaciones de INTEL, la compañía transnacional
que operó primero aquí como “una maquila tecnológica” (Abraham Sánchez Obaldía, 2010)
hasta emprender hoy el objetivo de la investigación y el diseño en alta ingeniería del
software.

La llegada de INTEL marcó el comienzo de la revolución tecnológica en este país. Es
de admirar las evoluciones del trabajo de esa compañía y su influencia en el sistema
productivo nacional. Ahora los costarricenses han dejado de ser simples espectadores,
para transformarse en productores de alta tecnología, así como en pequeños
empresarios, a raíz de los procesos de encadenamientos (clusters) que se han
derivado de las operaciones de esa poderosa empresa transnacional.

Hay por delante aportes del sistema jurídico, el cual se ha visto obligado a
modificarse, con la nueva ley de zonas francas, en aras de ser receptivo a la
atracción de inversiones en el sector de las ciencias avanzadas, pues se originan las
condiciones propicias, en cuanto a cimentar industrias e infraestructura científicas,
con base en la importación de tecnologías protegidas bajo criterios tributarios y
fiscales flexibles. Con el aporte del Estado y de la sociedad en su conjunto, la
ciencia de última generación dejará de ser una cuestión distante de la realidad
económica del país.

Así entonces, merecen el reconocimiento el proyecto de desarrollo de la industria
aeroespacial en la provincia de Guanacaste, impulsado por la Presidente Laura
Chinchilla, por intermedio de la Cancillería de Costa Rica, asociada con ciertas
instituciones públicas y privadas, a fin de gestionar la instalación de industrias
aeroespaciales (cluster), partiendo de las experiencias desarrolladas por Franklin
Chang, con su filial de Ad Astra Rocket, en la producción del motor de plasma para ir
a asteroides u otros cuerpos celestes.

Asimismo, en dicho proyecto se tienen contemplados la negociación de acuerdos y
convenios, bilaterales y multilaterales, destinados a fomentar el desarrollo de esta
industria, a través de la colaboración de los diferentes actores estratégicos, que
actualmente interactúan en el mercado aeroespacial de Centroamérica (Carlos Alvarado
y Natalia Chaves B. sic). Lo citado en líneas anteriores, supondría la cooperación
internacional y, en particular, la de las grandes metrópolis científicas, un recurso
que funcionaría como herramienta de cara al fortalecimiento de la integración
ístmica.

Por algo hay que empezar. Las futuras generaciones merecen convertirse en sujetos
activos de la producción científica, no ser simples espectadores, o a la sumo
consumidores pasivos de los beneficios de los hallazgos científicos del mundo
desarrollado. Para evitar tal repetición, cabe inculcar en los niños y los jóvenes
costarricenses el apego por el estudio de la lógica, las matemáticas, la astronomía,
la física y la química, saberes en los que también el resto de los científicos
sociales deberían contar con un mínimo de conocimientos, y viceversa. Con ello, el
universo de las disciplinas académicas se aproximarían al objetivo de la unificación
del método científico, tal como lo postulaba Mario Bunge en su obra genial: “La
investigación científica.”

Por otra parte, resultan alentadoras también las políticas de la Coalición
costarricense de Iniciativas de Desarrollo (CINDE) de atraer inversiones de alta
calidad en materia de biotecnología, tecnología limpia y energías renovables, lo
mismo, que de entretenimiento por la vía de la producción digital y la publicidad
interactiva. Dentro de sus planes se encuentra también atraer empresas extranjeras de
producción cinematográfica.

Lo que se ha venido comentando son buenas señales de que “si se puede” pensar en
grande en Costa Rica. No es otro camino que apostar por las ciencias del futuro,
sinónimo de prosperidad nacional; que su enseñanza y aplicación sea un modus vivendi,
en tanto que son precursoras de estados superiores de soberanía y libertad individual
y colectiva.

Ronald Obaldía González (opinión personal)

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