martes, 31 de agosto de 2010

En Irak sí hay futuro.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Merece un elogio el retiro anticipado de Irak de las últimas tropas de combate de los Estados Unidos de América, al adelantarse dos semanas antes de la fecha establecida por el Presidente Barack Obama, al tiempo que se pone oficialmente fin a una dolorosa guerra que se inició en el 2003, que tuvo una duración de más de siete años, la cual dejó como saldo la pérdida de miles de vidas humanas y elevados costos económicos, políticos y sociales.

Asimismo, hay que reconocer que el fin de la misión de combate viene a ser un momento de celebración, a pesar de que la comunidad internacional ha sido reservada en manifestarlo. Dicho sea verdad, las acciones controversiales del Presidente George W. Bush al autorizar la guerra iban a contrapelo de los cálculos de las grandes potencias como China, Francia y Rusia. De ahí que resulta hipócrita aquella argumentación acerca de las violaciones al derecho internacional, así como los principios del multilateralismo, lo cual supuso que arrastraba la decisión de la Casa Blanca de atacar.

Tomo como precedente que Moscú y los gobiernos francés y chino disimularon la política de terrorismo de Estado, ejecutada por Saddam Hussein durante décadas. Acaso esto no era de extrema gravedad, al dejarse indefenso y desprotegido al pueblo iraquí, quien por sus propios medios era incapaz de deshacerse del gobernante opresor. Había intereses de fondo en ese solapado respaldo, uno de ellos el comercio de armas, influenciado por la particular dependencia de China y Francia en torno al petróleo iraquí.

Por parte de Rusia, revestía una especie de táctica la alianza tejida con los resabios del panarabismo nacionalista (antioccidental) que abrigaba el partido Baath, el cual le servía de plataforma y farsa ideológica al tirano de Bagdad, representante a su vez de los musulmanes sunitas, minoritarios, quienes así detentaban el poder para someter y atropellar a los chiitas y los kurdos, entre otros grupos étnicos.

Difícil es olvidar la crueldad del régimen del dictador Hussein contra los iraníes en la guerra de la década de 1980, la cual se prolongó por ocho años. Al igual que las armas químicas lanzadas en el norte del país contra la minoría kurda, las que luego alcanzaron para castigar la mayoritaria población chiita (musulmana) residente en el sur del Irak, las dos etnias que se rebelaron frente al gobierno genocida y conculcador de los derechos humanos, tras el final de la ocupación del Irak de Hussein del débil Kuwait a inicios de la década de 1990.

En cambio los viejos trucos diplomáticos antiestadounidenses guardan condescendencia con actos tan repudiables como la discriminación y la violencia de la que son objeto los uigures musulmanes, lengua de origen túrquico y alfabeto árabe que habitan en Xinjiang, región de la China continental, como también de la que son víctimas los tibetanos budistas residentes en el Tibet, cuya identidad cultural se ve amenazada por el totalitarismo proveniente de la dominante etnia Han.

En este capítulo, bien se pueden registrar las invasiones rusas contra Georgia en el Cáucaso sur, apenas censuradas con timoratos comunicados internacionales; o bien el relativo silencio alrededor del exceso de fuerza frente al pueblo de Chechenia, actual enjambre del terrorismo patrocinado por el integrismo islámico: un bumerán alentado por la torpeza de la política dura del Kremlin.

Innegables hubieron de ser los desaciertos de George Bush al decretar la guerra, dada la comprobada inexistencia de armas atómicas en esa nación árabe, la principal justificación de Washington para derrocar a Saddam Hussein. De cualquier modo, la humanidad se liberó de un genocida que martirizó al mundo musulmán. Hoy ese país está mejor que antes, con la perspectiva de que sus instituciones políticas se aproximan gradualmente al sistema democrático, similar al que funciona en Occidente.

Al cabo se ha logrado sofocar la insurgencia de los extremistas chiitas y de algunos reductos sunitas vinculados con las células terroristas. Asimismo, la mayoría de los sunitas ha asimilado la tesis de compartir el poder con sus adversarios. El obstáculo principal es Al Qaeda, protagonista de las últimas acciones terroristas. Sin embargo, esa organización ha sido golpeada fuertemente; mientras sus redes sean desmanteladas en el Medio Oriente, Pakistán y Afganistán, la consolidación del gobierno pluralista es un proyecto que se puede concretar en la nación iraquí, a mediano plazo.

En un Medio Oriente inestable, dominado por sistemas políticos semifeudales y autocráticos, cabe confiar en que la salida de las tropas estadounidenses será bien aprovechada por el pueblo y el gobierno de Irak, a efecto de hacer realidad su aspiración en que la seguridad de su país, sea provista por los mismos iraquíes, incluido el compromiso de enmarcar la cooperación estadounidense en las tareas de asesoramiento y mejoramiento de la formación de las fuerzas de seguridad locales. Todo ello en aras de hacer perdurables el orden, la gobernabilidad, al igual que alcanzar grados mayores de democracia, el antídoto que habrá de contrarrestar la violencia provocada por los grupos terroristas.

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