martes, 3 de agosto de 2010

En Costa Rica la economía ha sido política.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Señalar que “la economía del postre” dominó por sí sola el sistema productivo desde los inicios del periodo de maduración del Estado costarricense hasta avanzado el siglo XX, puede ser una hipótesis que tiene cierto sesgo economicista, puesto que discrimina fenómenos políticos y culturales, lo mismo que fenómenos propios del mercado interno, entre ellos, la receptividad a la apertura, inculcada por la inserción del café en la dinámica del comercio internacional.

Ciertamente, el café, el azúcar y el banano - este último producto, que al principio, lo monopolizaron las compañías transnacionales – fueron los que generaron las múltiples ganancias como resultado de los intercambios de este país con las principales metrópolis capitalistas. Lo positivo de esto, reside en el hecho en que los gobiernos costarricenses dedicaron buena parte de los ingresos fiscales, acumulados del esquema agroexportador, a la inversión en infraestructura, a saber, la construcción de ferrocarriles, carreteras, caminos vecinales, electrificación, escuelas, hospitales, edificios públicos, etcétera.

La acumulación de propiedades por parte de los cafetaleros en las ciudades principales del naciente Estado, se compensó con el otorgamiento de tierras a campesinos, incentivados a desplazarse al occidente y oriente del Valle Central; consecuentemente las tensiones sociales se neutralizaron.

Las colonias que florecieron en dichas regiones se incorporaron de manera rápida a la producción del café, adyacente a la producción de alimentos y al impulso de industrias artesanales, cuya combinación dio origen a mercados locales bastante dinámicos, gestores de plusvalía y de redes de comercialización, que funcionaron de manera simultánea a las exportaciones del café hacia los mercados externos.

Lo que quiero decir es que la hipótesis de “la economía del postre” es incompleta, porque pasa desapercibida la riqueza nacional de los mercados criollos que, cointegrados a la economía del café, fueron capaces también de desarrollar cualidades del capitalismo agrario y de servicios, las que a su vez incorporarías política social, acentuada con mayor vigor en las décadas de 1930 y 1940 y subsiguientes.

El fortalecimiento de las jóvenes colonias iba acompañado de fuerte inversión pública, parte de ella financiada por fuentes extranjeras. Esto las hizo menos dependientes de las ciudades centrales tales como San José, Heredia, Alajuela y Cartago. En parte fueron receptoras de la plusvalía de la economía del postre, pero con acento propio prosperaban a través del aprovechamiento de los minifundios que suplían las necesidades del consumo interno, lo que comportaba el establecimiento de una estructura de clases relativamente horizontal, la cual favoreció la distribución del poder político hasta llegar a interconectarse con las élites de las ciudades del Valle Central, por lo que se alcanzó el consenso que previno las divisiones regionales.

Las agroexportaciones y esos pujantes mercados domésticos, como factor unitario, fueron los responsables de fundamentar la cultura progresista del emprendimiento, la cual sentó, primero, las bases de los procesos de integración de la economía costarricense a los mercados regionales y globales. Luego será el precursor de la asimilación nacional de las corrientes de la apertura y la liberalización de los mercados, lo que ha facilitado en el siglo XXl la coexistencia entre la economía agrícola y la economía de servicios (alta tecnología, finanzas, turismo, comunicaciones), incluida la solución del conflicto de las desigualdades regionales que enfrentan no pocas naciones latinoamericanas.

El error del economicismo ha sido concentrarse en calcular el peso en los dos siglos anteriores que tuvieron determinados productos en la contabilidad nacional. En el caso particular de Costa Rica, convergieron las fuerzas productivas del mercado doméstico, con fuerte tendencia a la diversificación, responsables de construir pensamiento democrático, robusta institucionalidad y cointegración, todo lo cual, posteriormente, agregó valor a la estructuración gradual de un Estado pequeño
desarrollado, que hace tiempo conoció la aldea global.

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