lunes, 17 de agosto de 2009

Costa Rica: perseverar en los partidos políticos

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Enrique Benavides, el extraordinario escritor costarricense, una vez expresó que “un pueblo no puede vivir sin pensar…” Advertía que este acto humano de pensar es lo que hace de la política un comportamiento lógico, lo que en otras palabras quiere decir: “la razón de la política.”

Espero estar equivocado, pero percibo que en esta campaña electoral puede haber ausencia pensamiento activo, lo contrario a lo acontecido en los comicios pasados, cuando hubo un tema de fondo y de enorme trascendencia nacional como eje conductor: la aprobación del CAFTA-RD o bien la renuncia a este tratado comercial.

Sobre la base de tal disyuntiva sería la manera en que los partidos fijaron su estrategia, además de formular su programa de gobierno alrededor del interés u oposición al tratado. El punto clave fue que el gobierno de don Abel Pacheco se había abstenido de tramitarlo al Congreso, lo que dio oportunidad para que el acuerdo fuera debatido en una fogosa y sin par campaña política. Lo que siguió después es historia sobradamente conocida.

Todavía cuesta comprender la oferta de argumentos centrales de cara a estos comicios. Lo cual pone de manifiesto la debilidad ideológica y doctrinaria de las formaciones políticas costarricenses, que repercute negativamente en el avance de la institucionalidad democrática. Hasta el momento el discurso se ha limitado, a la ligera, a cuestiones funcionales y operativas, derivadas de una próxima gestión gubernamental.

En cambio, es preocupante la ausencia de pronunciamientos sobre aquella visión de sociedad donde se combine el libre mercado y la protección social, la construcción de voluntades y esperanzas, así como el control de los riesgos e imprevisiones económicas y ambientales aún frecuentes en el ámbito doméstico e internacional.

Tales limitaciones se ven agravadas ante “el folklore”, como diría Benavides, que se respira en las asambleas generales de los partidos, particularmente en la competencia (“o la fiebre”) que mueve a los líderes por alcanzar las posiciones privilegiadas en la nómina de las diputaciones. Ninguna formación se salva de las reacciones pintorescas que han salido a relucir en estos días.

Si no hubiera sido por la habilidad de la actual administración, en lo concerniente a “serenar” los desequilibrios económicos y financieros globales de estos dos últimos años, tal como lo comprueban las cifras del índice mensual de la actividad económica (IMAE), a estas alturas habría serias preocupaciones entre los más diversos sectores productivos y sociales, a causa de los pírricos planes de contención que manifiestan tener dichas organizaciones; cuya misión comienza a desplazarse hacia otras agrupaciones de la sociedad civil mejor calificadas, a saber, las cámaras empresariales, medios de comunicación, colegios profesionales, universidades y algunos sindicatos, etcétera.

No es de extrañar la iniciativa de estos grupos sociales de fomentar una especie de “diálogo social” en Costa Rica, lo que en el fondo significaría poner al descubierto o más bien reconocer las deficiencias de los mecanismos propios de la democracia representativa. Por supuesto, que todo ello es contraproducente, dado que las reglas del juego democrático y el poder resolutivo descansan en la Asamblea Legislativa, cuyos protagonistas vitales son los partidos políticos.

A pesar de todo, en este proceso electoral se debe de obligar a los partidos, que son las entidades mediadoras entre la ciudadanía y el gobierno jurídico, a que hagan un salto de calidad, de suerte tal que el ideario y el plan de gobierno sean esa “razón política” a la que hacía referencia Enrique Benavides.

Por su lado, a los costarricenses les corresponderá entonces emplear la lógica en sus determinaciones para votar, esto es, “la mano invisible” que activa la política grande, la que proclama la defensa de la libertad y dignidad individuales, la que abre caminos de prosperidad, mejores oportunidades y aspiraciones comunes.

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