lunes, 31 de mayo de 2010

Desarrollo social y la protección de la infancia.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

Abordemos la problemática de la agresión contra los niños y los adolescentes, la cual rara vez sale a relucir en los medios de comunicación, excepto en Costa Rica, donde hubo la semana pasada un debate interesante, bajo la guía de psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales, cuyas disciplinas científicas han hecho ingentes esfuerzos por ofrecer teorías aplicadas, desnudando las causas y consecuencias de este flagelo, casi tan destructivo como la guerra o la criminalidad convencional.

La psique del individuo, o sea el alma o su fuerza vital, que no es otra cosa que los procesos y fenómenos que hacen la mente humana como una unidad, experimenta profundos deterioros frente al abandono, la violencia y las diferentes manifestaciones de abuso, en particular al ser los niños y los adolescentes las víctimas.

Permítanme los estudiosos de la conducta humana hacer referencia de este mal endémico, al partir del supuesto en que la patología llega demasiado lejos: las secuelas repercuten en el conjunto de la sociedad. Determinada nación, con una colectividad de individuos que padece enfermedades emocionales, entre ellas, la depresión, el principal síntoma de aquellas personas adultas, quienes fueron agredidos por “sus progenitores o tutores”, es proclive a generar también una cultura o pensamiento social depresivo o infeliz, susceptible de coincidir con religiones fatalistas o doctrinas políticas polarizadoras.

No es casualidad que sea en las naciones pobres y subdesarrolladas donde se reportan las cifras elevadas sobre casos de abuso infantil, en las que también predominan los estados de conflicto social y de extrema violencia. En cambio, este tipo de criminalidad contra los menores de edad es ínfimo en las regiones escandinavas, cuya población disfruta de los índices superiores de desarrollo humano.

Una persona que desde los primeros años de su vida fue objeto de agresiones físicas, morales y verbales en su grupo primario, sea en la familia o vecindarios de elevado riesgo, arrastra una alta probabilidad de convertirse en un incapacitado, en lo que respecta a establecer luego vínculos sanos y constructivos en sus primeras comunicaciones con su medio social secundario, a saber, en la escuela, los amigos del barrio, la ocupación, etcétera. La baja autoestima acumulada, la inseguridad personal y la falta de confianza en sí mismo, lo han programado de manera negativa hacia la fase biológica de adulta.

La poca tolerancia a la frustración por parte del adulto, como resultado de ese paquete de desestímulos, que entraron libremente en la psique del sujeto agredido, en la sensible etapa de los 0 a los 8 años, lo colocarán posiblemente en posición desventajosa, ya que además de lidiar frente a las adversidades externas, deberá abocarse (para sobrevivir) a la tarea de resolver sus minusvalías internas, sembradas en ese periodo (biopsicosocial) de indefensión, el que Sigmund Freud destacaba como el determinante en el desarrollo de la personalidad del ser humano, pues la naturaleza de los eventos de ese entonces habrán de condicionarlo.

Me pregunto si un niño o adolescente, que recibió de los progenitores o tutores humillaciones, desaprobaciones, crueldades, así como medidas correctivas incapacitantes se transformará en un adulto feliz y plenamente realizado. Abramos el panorama. Está por ver si en un país que, además de conflictivo, es indulgente frente al castigo corporal, la degradación e irrespeto contra los menores de edad, producirá bastantes individuos creativos, emprendedores u hombres mentalmente libres de temores, habilitados a convivir con los retos, o bien visualizar los riesgos como oportunidades, todos ellos, los que al final son los portadores de riqueza e inteligencia en las sociedades.

De ser cierto que la frecuencia de los atropellos contra los niños y adolescentes proliferan en las familias de menores ingresos, entonces se infiere que dicho fenómeno es, asimismo, un factor de pobreza, lo que en parte explica el rezago estructural (social y económico) de las naciones del África, Asia y América Latina, si es que aceptamos que esa clase de delito discapacita a los niños, a causa de los traumas que acusan. Lo que viene a ser la base de conductas débiles y disfuncionales. Por el contrario, si desde el inicio de sus vidas (como en Finlandia) los niños hubieron de recibir afecto y estímulos creativos, es mayor la probabilidad de cosechar personas gozosas, con una visión optimista de la vida, innovadores y dispuestos a contribuir con el desarrollo de sus sociedades.

Todo lo anterior, un material en Costa Rica para poner atención a la salud mental, resumido en la fórmula conductista: “estímulo – mente – respuesta”, por aplicar necesariamente en las políticas públicas, relacionadas con el sistema de “cuido a los niños”.

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