lunes, 26 de julio de 2010

En América Latina hay que retornar al contrato social.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

La ley Arizona es descomunal, a causa de su naturaleza xenofóbica, racista y
discriminatoria, pero atrae el respaldo de más del 50% del público estadounidense.
La migración, componente de la agenda negativa, fuente de disputas interminables entre el mundo rico, que impone rechazos, controles y prohibiciones; al otro lado, el mundo meridional, plagado de limitaciones estructurales, incapaz de abordar y resolver las desigualdades y las arraigadas complejidades sociales y económicas.

Entretanto, las diásporas humanas son las víctimas directas de sus propios Estados Nacionales, muchos de ellos que se caen en pedazos, como consecuencia de antidemocráticas y férreas estructuras de poder y de clases sociales, que desatienden la inequidad social, bien sea también por el desviacionismo de la retórica populista, la corrupción irrefrenable o la acción del crimen organizado que erosiona lo mínimo de legalidad que ha podido subsistir en varias sociedades nacionales.

América Latina es de los reconocidos sujetos de esta pesada realidad. De ahí que la ley Arizona ha llegado a ser el antídoto sajón, cuya búsqueda de la neutralización de la cultura latina es su efecto inmediato. Porque a decir del brillante escritor mexicano Carlos Fuentes, ha puesto a los sajones blancos a aprender el idioma español, convertido en una real necesidad dentro de la mayoría de las corporaciones y empresas, empleadoras de mano de obra barata, demasiado indispensable para sus operaciones y ganancias.

Demasiado difícil es en América Latina llevar a cabo el recambio en las sociedades política y económica; todo da entender que a este continente desigualitario le es más fácil el camino, poco ético, de deshacerse de la pobreza extrema que golpea a un segmento inmenso de sus ciudadanos, defendiendo los derechos civiles de las diásporas en los países septentrionales, en tal caso en los Estados Unidos de América y Europa, o a la vez a un país vecino que se encuentra en mejor situación social. Costosa vía para dejar de asumir las responsabilidades del Leviatán, ese celoso Estado moderno que brinda seguridad y propiedad a sus súbditos sobre la base de un pacto social que les asegura paz y bienestar.

Tiene razón el expresidente Oscar Arias Sánchez al criticar a los gobernantes que están acostumbrados a endosarle totalmente la culpa al norte o al sistema capitalista del rezago que experimenta la región; cuando la realidad es que la construcción de una mejor Latinoamérica descansa en nuestras propias manos, creando democracia y reduciendo la violencia, mediante menos pobreza.

Tales gobernantes son incapaces de mirarse al espejo, a fin de corroborar la insuficiente institucionalidad de desarrollo de la cual se adolece; consecuentemente la debilidad de políticas públicas de las que son completamente ajenas la inmensa mayoría de los ciudadanos. Lo calamitoso se relaciona con la precariedad de los sistemas tributarios que corren a contrapelo de la dotación aceptable de servicios de salud, educación y vivienda a los grupos sociales postergados. Lo otro es la carrera armamentista, miles de millones de dólares se dedican a la renovación del equipo militar de las Fuerzas Armadas, lo que pone en entredicho la sensatez de no pocos Estados latinoamericanos.

Sin embargo, el fantasma de las leyes Arizonas seguirá construyendo muros de contención y sufrimiento en las fronteras, además de la persecución en las grandes metrópolis, alimentando al sur del río Bravo el pensamiento único que legitima la migración, cuando en verdad es distinta la génesis y la razón de ser del Estado nacional en su condición de soberano, la que reside en brindar felicidad y prosperidad a lo más preciado que posee en su territorio: su población.

No hay comentarios:

Publicar un comentario