miércoles, 1 de abril de 2009

Irán y los Estados Unidos de América:

Relaciones paradójicas.

Por: Lic. Ronald Obaldía G.


Dentro de la respuesta positiva del Irán ante la invitación de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, de participar en la conferencia internacional, dirigida por las Naciones Unidas, sobre la estabilización de Afganistán (por medio de la misión "Libertad Duradera), que se celebrará esta semana en La Haya, así como compartir con Washington la mesa de la reunión de Moscú en torno a la Organización de Cooperación en Shanghai, no sobra reconocer que sería erróneo restarle méritos al giro radical que está experimentando la política exterior de los Estados Unidos de América, hoy con Barack Obama. Una política que aparenta interpretar a profundidad los eventos contemporáneos internacionales desde la perspectivas "multilateral, multinacional y multifuncional", a diferencia del anterior arquetipo de los "Halcones", unilateralista e impensado, que llevó a Washington a cometer desaciertos, específicamente en Irak y en el mismo Afganistán, en donde en este momento se menciona con fuerza la posibilidad de dialogar con el sector moderado de los talibanes, opuestos al terrorismo de Al Qaeda.
En marzo de este año, Obama había enviado a la República Teocrática Islámica (de los fundamentalistas Ayatolás chiitas) un mensaje conciliador y un compromiso con la paz, en ocasión del Año Nuevo persa, en el que proponía superar los 30 años de relaciones hostiles, lo cual hasta ahora se ha traducido en sanciones internacionales constantes y en la resistencia de las empresas de Occidente a invertir, en una sociedad iraní altamente dependiente de los ingresos petroleros, los cuales esta vez han sucumbido dramáticamente, afectando estructuralmente su economía y el sistema financiero. La economía iraní registra un desempleo incontrolable y una galopante inflación (31%); el gobierno enfrenta un déficit presupuestario de $44.000 millones y precisamente se alimenta de los ingresos del petróleo. Al mismo tiempo los bancos adolecen, dada la mora calculada en más de $38.000 millones (Mehdi Khalaji, 2009). Todavía sobrevive el impacto de la guerra contra Irak en la década de 1980, dado que buena parte de la infraestructura civil y militar dañadas ha traído consigo altos costos de reparación.
De manera tal, que el deshielo en las relaciones de Teherán con los Estados Unidos de América no deja de llegar en un momento apropiado, cuando el Líder Supremo el ayatolá Alí Khamanei y la Guardia Revolucionaria son cuestionados por la juventud, las mujeres y los sectores reformistas de la triunfante revolución islámica de 1979, como repudiado es el propio Presidente Mahmoud Ahmadinejad, quien cuenta con una elevada impopularidad a causa de su manejo negligente de la política económica y por sus continuas disputas con los estadounidenses y Occidente mismo, quienes cuestionan el programa nuclear de enriquecimiento de uranio, lo cual gravita como la cuenta pendiente de mayor tensión y conflictividad diplomática. El gobierno iraní insiste en el carácter pacífico de su proyecto atómico, y a la vez demanda "su legítimo derecho a un plan nuclear pacífico". Mientras tanto, Washington asegura que puede esconder el objetivo de elaborar armas en medio de una región donde ya de por sí Israel, Pakistán y la India han acelerado la carrera nuclear. Los temores se acrecientan, porque los líderes iraníes nunca han ocultado su enemistad con Israel, por el contrario han abogado incluso por su exterminio.
El OIEA ha informado de que Irán había elevado en enero a 1.010 kilogramos sus reservas de uranio de bajo enriquecimiento, desde los 839 almacenados en noviembre.
Sin embargo, el jefe del Pentágono, Robert Gates, confirmó que Irán "todavía está lejos de poder fabricar una bomba nuclear. "Tenemos tiempo", dijo Gates. La expectativa es si hay "tiempo" para las negociaciones destinadas a persuadir a los Ayatolás a que desistan de sus planes nucleares, o si en lugar de eso, se acabará "ese tiempo", de modo tal que Israel lo aproveche en lanzar de repente un ataque contra el Irán, según han sido sus propósitos, refrenados por Washington, que evita un mayor incendio en el Medio Oriente. Para Washington, protector de Israel, es crucial que Irán deje de financiar a los extremistas (terroristas) de Hezbollá y Hamas, que operan en Líbano y en los territorios palestinos y que desde allí atacan las ciudades fronterizas israelíes; o bien como se demostró en el bombardeo de la fuerza área israelí contra una embarcación que navegaba en aguas del Sudán, la cual transportaba armas iraníes para abastecer los terroristas de Hamas que combatieron a principios de este año contra el Estado judío.
El antagonismo entre Estados Unidos de América y el Irán es paradójico. Sus intereses coincidentes en Afganistán y en Irak debieron haber sido un punto de reencuentro y fusión, lo cual podría haberlos conducido a cooperar bilateralmente en la seguridad, estabilidad y progreso de tales Estados en vías de caer al vacío. Ambos son enemigos de los extremistas (sunitas) talibanes y de Al Qaeda, apoyan al presidente Hamid Karzai y anhelan que el país recupere la paz para que sea un hecho real su reconstrucción, lo mismo que frenar allí el tráfico de drogas como el opio (promovido por los talibanes), del que se surten los europeos, gente del golfo Pérsico y
aproximadamente 5 millones de adictos iraníes. Igualmente, Washington y Teherán fueron acérrimos enemigos del extinto régimen (sunita) de Saddam Hussein en Irak, de cuyo gobierno ahora los chiitas ejercen un predominio, compartido con los kurdos, otrora víctimas de la agresión y atropellos del déspota Hussein, derrocado por los estadounidenses.
Ciertamente, Irán cooperó "tácitamente" en el derribo del régimen talibán, cuya ideología radical sunita le era una amenaza e interfería en sus tradicionales relaciones con sus vecinos - entre ellos los países árabes que miran con desconfianza las pretensiones expansionistas de los Ayotolás - Por eso facilitó el sobrevuelo de los aviones estadounidenses, proporcionó información y ayuda a los grupos que se defendían de los talibanes, particularmente con los afganos iranoparlantes (casi la mitad de la población) y los chiítas. Tras ello, Washington y Teherán son conscientes que derrotar de manera categórica el terrorismo islámico asentado en los territorios montañosos afgano y pakistaní representa un reto insoslayable en una región privilegiada, ya que es un puente entre Occidente, Rusia y dos economías emergentes como la India y China. Justamente, Irán ha sostenido escaramuzas militares en sus fronteras con los talibanes y los terroristas de la red de Bin Laden.
Barack Obama acaba de anunciar su futura estrategia en Afganistán "las que han terminado de aventar las suspicacias sobre una decisión que ya estaba casi tomada".
El mandatario ha admitido que su país no está ganando en Afganistán" y que junto al incremento de tropas prevé darle un impulso a la diplomacia, el diálogo con los insurgentes (moderados) y la asistencia económica. Una declaración que ha sido recibida favorablemente por el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Manoucher Mottaki, así como por el presidente Karzai que la señaló como "una solución regional que respeta los deseos del pueblo afgano".
La renovada estrategia de Obama ha originado expectativas en la población iraní, que en junio de este año acudirá a elecciones presidenciales. El reformista ex presidente Muhammad Jatami, con quien Washington cometió el gran error de abandonarlo cuando ejerció el poder, cuenta con gran apoyo de las mujeres y la juventud (60% de la población tiene menos de 30 años), podría ser esta vez candidato y confrontar al fundamentalista radical Mahmud Ahmadinejad, el actual mandatario, que es de suponer buscará la reelección, pues cuenta con el favor del Líder Supremo, quien ostenta un poder absoluto, agregado esto a la supervisión que ejerce sobre los organismos electorales, tanto así que por mandato suyo y de juristas y clérigos islámicos, antes habían frustrado las aspiraciones de los jóvenes reformistas de presentarse como candidatos en los comicios legislativos del año pasado.
Tampoco hay que escarbar demasiado la historia para percatarse que el propio Occidente sembró sus propios enemigos contemporáneos en el Irán. La corrupta y despótica dinastía Pahlevi, protegida por Gran Bretaña y luego por los Estados Unidos de América, reinó la nación persa con mano de hierro, desde 1925 hasta 1979. Al final de su reinado, con Mohammad Reza Pahlevi, intentó infructuosamente modernizarla y consolidar el laicisismo, esto era una herejía para una población mayoritariamente musulmana, que aunada a la pobreza en la que estaba sumida, le despertaron las ansias de liberarse del yugo de la opresión, sin esperar la sucesión de otra similar, la cual se ha convertido en una verdadera pesadilla para la comunidad internacional. Entonces ahora sí: hay que preguntarse si habrá cabida en una futura estrategia del Presidente Obama para el Irán a la libertad y a la democracia, como lo hubo de pensar el presidente James Carter.

No hay comentarios:

Publicar un comentario