lunes, 20 de abril de 2009

V Cumbre de las Américas:

Sí, "un nuevo comienzo".

Por: Lic. Ronald Obaldía G.

Los pormenores políticos de la V Cumbre de las Américas que ha tenido lugar esta vez en Trinidad y Tobago han sido difundidos profusamente por la prensa internacional.
Cuba ha sido el centro de gravedad del encuentro hemisférico. De igual forma, pareció percibirlo el presidente guatemalteco Álvaro Colom cuando dijo: "posiblemente esta sea la última en que esta Cumbre se realice sin Cuba". De modo sugestivo y acompañado de un desliz verbal suyo al confirmar que se están "produciendo cambios" en La Habana, el Presidente Hugo Chávez le echó más carbón a dicha cuestión controvertida por varias décadas en el Hemisferio Occidental. Propuso nada más y nada menos que la Vl Cumbre de las Américas se realice en Cuba. Dios quiera que así fuera, pero en una Cuba democrática, pluralista y sin prisioneros políticos.
Era de esperar este baricentro. Desde que el Presidente Barack Obama decidió levantar, hace unos días, las restricciones a los cubanos - estadounidenses para viajar libremente a la isla, lo mismo que las referidas a los envíos de remesas, difícilmente, un hecho tan singular podía pasar por alto, o bien que otra asignatura hubiera podido captar mayor atención en las deliberaciones que eso, con todo y la sensibilidad de la tormenta financiera global y las deportaciones masivas de inmigrantes latinos ilegales, ejecutadas en las grandes ciudades estadounidenses,
conexo al llamado de la reforma migratoria que se ha pospuesto en Washington.
A decir verdad, ha sido ganancia indiscutible para el mecanismo de la Cumbre, la renovación del debate (bien libre), lo que significa el atisbo hacia un futuro constructivo en las relaciones entre los Estados Unidos de América y América Latina y el Caribe, sobre todo cuando, con excepcional humildad, el Presidente Obama reconoció los errores históricos (dicha asignatura tiene que hacer acto de presencia) en que ha incurrido la superpotencia, como también, el que hubiera llegado a convencerse de la ineficacia del embargo comercial, y a nuestro criterio: las torpes leyes Helms – Burton y Torricelli que le siguieron, por las que se endurecieron las sanciones contra Cuba.
Asediado en estas dos últimas semanas por la extrema derecha de su país, el presidente Obama ha manifestado su disposición de ir resolviendo gradualmente el "affair" cubano. En realidad dicho proceso tampoco será fácil, ya que múltiples instancias decisorias (conservadoras) habrán de intervenir en el proceso de destensar por completo los vínculos con el gobierno de los hermanos Castro; inconvenientes los progresos para las cúpulas militares y burocráticas del Partido Comunista que, como lo manifestó con tino un simple ciudadano cubano: "creo que en mi país existe una capa de la población, y no estoy hablando de los altos dirigentes, de Fidel o de Raúl (Castro), hablo de algunos mediocres que tienen interés en que nada cambie para seguir viviendo del cuento".
Al otro lado, en el discurso de Raúl Castro se avizoró su ligera intención de abordar el cúmulo de temas sensibles con los Estados Unidos de América (aunque evadidos por la mayoría de gobiernos latinoamericanos), a saber la cuestión de los derechos humanos, la libertad de los presos políticos y la apertura política y económica. Hasta qué punto alcanza el poder de Raúl para progresar en el diálogo con Washington, esto último es una de las tantas interrogantes que salen a la sombra, lo cual solo el tiempo y la evolución de los acontecimientos lo sabrán responder. Por el momento, hay que esperar que se aclare el panorama político de La Habana, pues las versiones contradictorias que llegan en torno a las tesis de reforma sostenidas por el sucesor de Fidel Castro, ponen todavía nebulosas a la atmósfera, principalmente por el móvil (desconocido) de las purgas contra Carlos Lage y de Pérez Roque.
Fuera del debate tolerante y de la agenda que sustentó el trabajo de la Cumbre de Trinidad y Tobago, la que consideró materias tales como el momento crítico económico y financiero a nivel global, la recapitalización de los organismos crediticios regionales, la integración energética y los biocombustibles, el cambio climático, sostenibilidad ambiental, desarrollo de la agricultura, gobernabilidad y seguridad y criminalidad organizada, bien vale la pena hacer reflexiones adicionales sobre la dinámica y de sus resultados provechosos.
Particularmente, el desempeño de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en esta Cumbre merece resaltarse. A mediados de la década de 1990 se justificó, sobremanera, acerca de la necesidad de revigorizar el funcionamiento de la organización; sin embargo, después se desactivaron los buenos deseos de cambio de la sociedad hemisférica. Releyendo el artículo intitulado "Un nuevo comienzo" de José Miguel Insulza, Secretario General de la OEA, en el cual expuso las líneas rectoras de dicha Cumbre, lo mismo que la orientación sobre los temas allí abordados, se recrea la vieja ilusión de asignarle el rol de verdadero gobierno regional a esta organización hemisférica; venida a menos por diferentes contextos (la Guerra Fría) y un ciclo político, tal como el control ejercido sobre ella en los tiempos de las dictaduras militares que constituyeron mayoría en el subcontinente latinoamericano.
Lo cierto es que la OEA posee la tradición histórica y los fundamentos y estructuras doctrinarias, jurídicas, políticas, lo mismo que la plataforma institucional (con sus organismos especializados), a fin de hacer realidad los acuerdos de la Cumbre trinitaria y, así, darle renovado empuje a la integración continental, por medio de la acción cooperativa y solidaria. En esto hay que destacar un transfondo que proporciona enormes réditos al interamericanismo. A diferencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la organización regional en lugar de preceptuar "la igual soberana de los Estados", legitima un principio del derecho internacional todavía más profundo y enriquecedor: el de la "igualdad jurídica de los Estados".
Por eso el voto de los pequeños Estados miembros (el Caribe y Centroamérica) posee el mismo valor que el de los Estados poderosos (Estados Unidos de América, Canadá, México, Argentina y Brasil) en la Asamblea General y en los diferentes consejos o comités consultivos que la conforman. De suerte tal, que se garantiza por igual la legítima defensa de los intereses de cada Estado; tampoco nación alguna ostenta el privilegio del poder del veto, como sí sucede en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
En esta perspectiva de reanimar el sistema interamericano, a la luz de remozar la OEA, podría ser replanteado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), establecido en una época que desencaja con las amenazas contemporáneas de la región.
Más aún que han salido a la superficie amenazas hemisféricas que antes eran relativamente desconocidas, tales como el narcotráfico, el lavado de dinero, el flujo ilegal de armas, el crimen transnacional organizado, al igual que el terrorismo y sus tentáculos.
Asimismo, un TIAR revisado sería una manera de neutralizar las prácticas irracionales de varios Estados de realizar gastos redundantes e innecesarios en armamentos, lo cual atinadamente ha proclamado el Presidente Oscar Arias: son recursos que en su lugar deben de dedicarse a la inversión social, a efecto de superar la pobreza extrema que agobia a la mayoría de las naciones.
Con una OEA rejuvenecida se puede intentar emular el esquema de la Unión Europea de fijar a sus Estados miembros estándares de cumplimiento en las áreas macroeconómicas (en lo fiscal, monetario, bancario, aduanero), modernización del aparato público, fortalecimiento de los sistemas jurídicos, pautas ambientales, derechos humanos,
etcétera. Con la adopción en el Hemisferio de la Declaración de Santiago de Chile y luego de la Carta Democrática Interamericana ha habido aproximaciones interesantes en retomar un camino similar al de la Unión Europea, quien con tales estándares exigibles, las democracias restauradas de la antigua Europa del Este (pro-soviética) han logrado alcanzar prosperidad, acoplándose a las reglas de la institucionalidad democrática y del libre mercado.
América ha estado exenta de milenarios traumas culturales y de cualquier tipo de polarización política y religiosa, como lo acontecido en otras latitudes. La ética cristiana y los valores esenciales de la civilización occidental cobijan a la mayor parte de la población anglosajona, latina, afrocaribeña e indígena. La razón de ser del continente, nuestro techo común, es la diversidad cultural y étnica. Esto es el resultado de la fortaleza de su sociedad ideológica y axiológica. O sea que la ruta está despejada "para intentar un nuevo comienzo" como lo recalcó José Miguel Insulza: "para iniciar un estilo que refuerce la cooperación y la solidaridad entre países que, aunque muy diversos… están atados y obligados a cooperar para fortalecer sus democracias, su prosperidad y su seguridad común". Tras la conclusión de la Cumbre de Trinidad y Tobago, se puede estar convencido que América es el continente de la esperanza.

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