lunes, 22 de junio de 2009

El Irán en pos de la apertura.

Por: Lic. Ronald Obaldía González/Politólogo.

El error imperdonable que los Estados Unidos de América y Occidente podrían cometer es intervenir directa o indirectamente en la disputa entre conservadores y reformistas islámicos que tiene hoy en vilo al Irán, la antigua Persia. Una civilización resentida por las humillaciones y atropellos de parte de Occidente, a los que se ha visto sometida en buena parte de su trayectoria como nación. Agobiada todavía por los impactos de la guerra fronteriza contra su vecino el Irak (1980 – 1981), al sufrir bajas por casi un millón de personas; así, porque al mismo tiempo ha vivido arraigada fuertemente a la tradición de su propio nacionalismo persa - musulmán chiíe, y a los amargos capítulos, aquellos, a los que la condenaron las invasiones de Alejandro de Macedonia (siglo Vl a.C), posteriormente las de los seléucidas, los romanos y los bizantinos.

Más acá sobrevino la conquista árabe, que la islamizó en el siglo Vll d.C, aunque luchó decididamente por conservar la marcada individualidad persa, esto quiere decir su lengua, cultura, artes y letras. El pueblo iraní fue igualmente escenario de la invasión de los mongoles en 1258 y de la respuesta militar otomana contra éstos, tres siglos después, lo que abrió paso inmediatamente a la unificación nacional en tiempos del Shah Abbas (1557-1629), tras la expulsión de los turcos y portugueses. El Irán ya consolidado llegó a expandir su hegemonía hasta Siria, la India y una parte de Afganistán, por un corto periodo; todo lo cual fortaleció dichos sentimientos e ideas nacionalistas, influidas además por los intelectuales panislámicos sirios.

En la era contempóranea, las ambiciones de los ingleses y también de los rusos salieron a relucir en el Irán, como en el resto del Asia Central, sobre todo en la repartición del país, particularmente el apetito por las zonas de influencia económica, lo que a la postre significó el dominio de las riquezas petroleras y del gas. En esto sacaron ventaja real los ingleses, los que se adjudicaron múltiples concesiones. La ocupación militar durante la Primera Guerra Mundial por parte de los ingleses y rusos hizo reventar el nacionalismo persa, el cual dio cabida a la revolución de 1921. Con ella, se denunciaron todos los tratados que “reconocían derechos de extraterritorialidad” a tales potencias; asimismo, fueron canceladas las concesiones petroleras a favor de los extranjeros, agregadas a una moderada reforma social, la que incluso suavizó algunas disposiciones islámicas que discriminaban a las mujeres.

De este modo, el Irán “se rebautizaba”, por lo que llegó a mantener una posición de neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, un comportamiento que disgustó a los aliados. Por eso derrocaron al Shah Reza Khan, promotor de un Estado moderno y militarmente robusto. Inmediatamente después, los aliados instalaron en el poder al hijo de Reza: el Shah Muhammad Reza Pahlevi, quien gobernaba “bajo la tutela anglo- soviética”. Antecedido por la tradición nacional, le fue dificilísimo al nuevo Shah de Irán contener el nacionalismo (coaligado con la izquierda local), como al mismo tiempo impedir el arribo al cargo de primer ministro de Mohammed Mossadegh, decidido a intentar otra vez las nacionalizaciones de la industria del petróleo y del gas, pues los ingresos derivados de los energéticos, como antes, siguen representando casi el 75% del total de los ingresos producidos por la economía nacional.

La vieja historia de siempre: la CIA estadounidense patrocinó una gran represión que acabó con las reivindicaciones nacionalistas de Mossadegh. De aquí en adelante, las potencias occidentales tuvieron el camino abierto para conducir a su antojo al Irán, con el favor de su súbdito, Reza Pahlevi, bastante dócil a la penetración en el país de los intereses de las transnacionales petroleras. Su entreguismo iba más allá: él se atrevió a des-islamizar al país, ganándose por ello el odio de múltiples sectores, entre ellos el clero religioso, el pueblo en su mayoría musulmán, los integristas religiosos y de la propia izquierda (luego marginada de la Revolución Islámica) que favorecía la economía mixta. Todos ellos crearon un bloque insurreccional, a fin de derribar en 1979 al régimen prooccidental del Shah, basadas en los postulados de la fe islámica, tal como lo traducía el líder religioso el Ayatollah Ruholah Khomeini.

Al final, el poder recayó abusivamente en manos de Khomeini y los integristas islámicos, los que impusieron un régimen teocrático fundamentado en la Ley Sharia y el sistema de Velayet el – Faqih, en el que a resumidas cuentas la religión (islámica) tendría primacía sobre la política, confiriéndole al Ayatollah el poder supremo, incluso en la política exterior. Todo esto ha sido una justificación para las veladas violaciones a los derechos humanos en el Irán. El fanatismo religioso se ha sobresaltado, lo que ha implicado la enemistad contra “los infieles” Occidentales y los judíos – israelitas. No fue entonces por casualidad que el Presidente George W. Bush llegara a conformar “el eje del mal”, en el que estaría incluido Irak, Corea del Norte e Irán, más por cuanto este último ha venido enriqueciendo uranio y construyendo reactores nucleares con el respaldo ruso, y que los Estados Unidos de América niega que sean para fines pacíficos.

Percatándose de la peligrosa sensibilidad del nacionalismo iraní, al cual le es inaceptable la intromisión externa en los asuntos domésticos, el Presidente Barack Obama ha actuado correctamente en mantenerse cauteloso frente al desenlace que tuviera dicho conflicto, que no es sino el resultado de la inconformidad del pueblo contra el despótico “establishment” religioso político, guiado en este instante por el Ayatollah Alí Khamenei, mecenas a su vez del actual presidente ultraconservador Mahmoud Ahmadineyad, quien ha hecho de la economía un caos.

El presidente iraní y su grupo han sido incapaces de enfrentar de manera apropiada los efectos sociales, causados por el descenso y la inestabilidad mundial en los precios del petróleo, así como el impacto de la recesión global, que ha arrastrado desajustes en el comercio externo y en la disminución del crédito e inversiones extranjeras. En cambio, Obama propuso el diálogo y el acercamiento de los Estados Unidos de Américda con el Irán, lo cual ha sido acogido positivamente por los reformistas, liberales y especialmente por la juventud. Cabe destacar que la nación persa posee una población mayoritariamente joven, con acceso a Internet y al teléfono móvil, la que ha venido rechazando por cierto la confrontación contra Occidente, como también el aislamiento, en razón de las sanciones de la Organización de las Naciones Unidas. Por supuesto que el desprestigio internacional atenta contra la moral nacionalista de la República islámica, esa es parte de la lectura hecha por la oposición a los Ayatollahs.

Esta vez, la protesta urbana popular, reprimida con dureza, se enfila a cuestionar el apabullante, pero fraudulento triunfo electoral del delirante presidente Ahmadineyad contra el exprimer ministro y también moderado reformista Mirhossein Moussavi, quien fuera un ferviente colaborador del mítico Ayatollah Khomeini, fundador de la teocrática república islámica. Por cierto, que Moussavi, apoyado en los comicios por el expresidente reformista Mohammad Khatami, conservadores moderados, reformistas e independientes, es originario de la rebelde región del Azerbaiyán iraní, donde han sido encubadas las revoluciones candentes, entre ellas la de 1979.

Nadie puede hacerse de grandes ilusiones, particularmente que se dé marcha atrás con intereses de política exterior, a saber, la interrupción de los programas nucleares, o que las nuevas generaciones, enfrentadas a la cúpula de los Ayatollahs, desistan de los principios teocráticos islámicos. Sin embargo, pareciera claro que se asoma una “Revolución verde” (el color verde representa al Islam). Puede que se lleve un tiempo adicional en su concreción. Se observan fisuras en el poder, ya que Moussavi, vinculado a los principios de la República islámica, es temido por el Ayatollah Khamenei, quien acaba de legitimar la farsa electoral. Los conservadores del Osulgarayaus en el Parlamento y la Guardia Revolucionaria “responsabilizan” ya a ese líder ante el eventual riesgo del desencadenamiento de la violencia, un presagio de lo que se aproxima. Estos son los famosos recursos del método de las tiranías, tanto de las del Medio Oriente, como las del Tercer Mundo. Con todo y amenazas, escribía Alberto Priego, especialista en asuntos del Irán: “el fraude es el principio del fin del gobernante que lo comete”.

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